Medico, jurista y filósofo hispanoárabe. De familia muy distinguida, nacio en Cordoba el 14 de abril de 1126, su padre había sido cadí de Córdoba durante cierto tiempo. Su abuelo (que llevaba el mismo nombre que él, Abu l-Walid Muhammad), había desempeñado este cargo durante largo tiempo, y había sido luego una autoridad en derecho malikita y consejero de varios soberanos y príncipes
Averroes continuó la tradición jurídica de la familia y alcanzó, siendo muy joven, fama de gran jurisconsulto, apoyada en el libro Punto de partida del jurista supremo y de llegada del jurista medio. Estudió al mismo tiempo teología y materias literarias. Hasta este momento no había salido de los programas ordinarios escolares de su tiempo; pero no paró aquí y se dio a conocer al mismo tiempo como médico de gran valor.
Además de medicina, estudió astronomía en el Almagesto, del que hizo un compendio, y filosofía, en la que le iniciaron, sobre todo, las obras de Ibn Bayya, el filósofo hispanoárabe muerto en 1139, conocido en Europa con el nombre de Avempace. Conoció, pues, todo lo conocido en su tiempo y en su ambiente, y a lo largo de su vida no dejó de profundizar, no sólo con nuevas lecturas, sino también con reflexiones y observaciones directas; tanto, que uno de sus biógrafos dice de él que desde la edad de la razón hasta su muerte no cesó de estudiar, salvo el día de su boda y el de la muerte de su padre.
El primer califa almohade 'Abd al-Mumin (1130-1163) le confió varias misiones; su sucesor Yusuf (1163-1184) lo tuvo en gran estima. El soberano era entendido en filosofía y planteó problemas de esta disciplina a Averroes cuando le fue presentado por el médico de la corte Ibn Tufayl, otro filósofo hispanoárabe conocido en Occidente por la novela místico-filosófica Hayy ibn Yaqzan.
Al principio, Averroes se mostró reticente, porque conocía (y tendría amarga experiencia de ello al fin de su vida) los riesgos de profesar la filosofía en un ambiente que tendía a identificarla con la herejía; pero cuando vio que el mismo califa planteaba un tema arriesgado, ya no vaciló y conquistó con su doctrina el ánimo de su interlocutor, quien le regaló una gran suma, un suntuoso abrigo de pieles y una bella cabalgadura. Lo nombró además médico de corte y le confió, en España y en Marruecos, una serie de misiones que culminaron en 1182 con el nombramiento de cadí de los cadíes de Córdoba.
Bajo el reinado del sucesor de Yusuf, Yaqub al-Mansur (1184-1199), continuaron los honores; pero en 1195, el califa, cediendo a las presiones de los teólogos y de los canonistas, que veían en las ciencias profanas, y sobre todo en la filosofía, un peligro para la religión, publicó un decreto contra los cultivadores de estas disciplinas y confinó en Lucena, arrabal situado a poca distancia de Córdoba, a su protegido, que había sufrido el disgusto de ver cómo se quemaban sus obras en la plaza pública y de verse expulsado, juntamente con su amigo Ibn Zuhr (Avenzoar), de la mezquita por la plebe fanatizada. Tres años después, el califa revocó sus edictos y volvió a llamar junto a sí a Averroes, que murió pocos meses después el 10 de diciembre de 1198 en Marrakesh.
La filosofía de Averroes
Averroes fue conocido en Occidente como "el Comentador" por haber traducido y divulgado las obras de Aristóteles. De entre sus numerosas obras, destacan precisamente los Comentarios a Aristóteles, de los cuales existen el Comentario mayor (1180), en el que explica frase por frase el corpus aristotélico; el Medio, en el que explica el conjunto de los textos, y el Pequeño comentario o paráfrasis (1169-78), que resumía su significado general. También comentó La república de Platón.
Entre las grandes inquietudes de Averroes destacó la de delimitar las relaciones entre filosofía y religión. Para Averroes, la religión verdadera se encuentra en la revelación contenida en los libros sagrados hebreos, cristianos y musulmanes. Pero libros como el Corán, aun siendo base de la religión verdadera, están dirigidos a todos los hombres, y no todos tienen la misma capacidad de comprensión. La verdad auténtica sólo la alcanzan los filósofos, que basan sus conocimientos en demostraciones rigurosas y absolutamente lógicas. Es obligación de los filósofos descubrir, más allá del sentido literal del libro sagrado, la idea oculta bajo las imágenes y los símbolos.
Así, el Corán ofrece una religión natural, de acuerdo con las enseñanzas de la experiencia común, y capaz de ser entendida por la mayoría de la gente que no va más allá de la imaginación en su forma de entender. En este contexto se ubican las dos pruebas sobre la existencia de Dios propuestas en el Corán. Primera: el mundo no puede deberse al azar, sino que es obra de un creador, porque todo él está adaptado y ordenado para mantener la vida del hombre, de los animales y de las plantas. Todo lo que existe está orientado al servicio del hombre. La segunda: la admirable disposición y coordinación de todas las cosas entre sí exige un creador. Esto constituye la religión natural a la cual podrían haber llegado los hombres a través de las cosas sensibles, con la sola fuerza de su razón, aunque con mucho trabajo, después de largo tiempo y con riesgo de muchos errores.
Pero el Corán ofrece también otras doctrinas reveladas, y su originalidad respecto a otros libros sagrados consiste en que ha expuesto los tres principios esenciales de toda religión en un lenguaje asequible a todos los hombres; es decir, en el nivel de la imaginación. Esos tres principios son: la creencia en Dios creador del mundo, la creencia en la existencia de los ángeles y en la misión de los profetas, y la creencia en la vida del más allá con el premio o castigo correspondiente a cada uno. Esta enseñanza se dirige a todos los hombres. Pero a los filósofos y científicos no les ofrece ideas concretas, sino "sugerencias" en torno a una realidad suprasensible que deben desarrollar.
El eje de la filosofía de Averroes es la diferenciación entre el conocimiento humano y el divino. El conocimiento humano, basado en las cosas sensibles, es de los sentidos y de la imaginación; no es un conocimiento objetivo, el cual se define como "unidad e identidad perfecta bajo todo aspecto entre el sujeto y el objeto". El conocimiento humano mantiene necesariamente una inevitable pluralidad al no estar nunca los inteligibles totalmente desligados de las formas imaginativas. Además es incompleto, porque no capta la esencia de las cosas, sino sólo los "accidentes" de las sustancias.
El conocimiento divino intuitivo, por el contrario, no depende de las cosas exteriores a la mente, sino que las cosas dependen de su conocimiento, que es la causa y razón de la existencia de ellas, y abarca la infinidad de todas juntas. No se basa en la multiplicidad debida a la clasificación de los seres, sino en la unidad orgánica de la esencia de los seres, en cada uno de los cuales se manifiesta la sabiduría divina, unidos entre sí según un orden y coherencia. Dios, conociéndose a sí mismo, produce las cosas, y ese conocimiento es en sí la concreta realidad objetiva del mundo.
Al doble conocimiento corresponden dos modos en la realidad. La realidad nouménica del universo es el objeto del conocimiento intuitivo divino. Ese conocimiento divino es a la vez idéntico a Dios, porque la actividad cognoscitiva de Dios es la misma actividad productora del mundo. En esta realidad nouménica el mundo es una creación continua de la fuerza inmanente en él.
El otro modo es la realidad fenoménica, objeto del conocimiento discursivo cuya mayor realización se da en la filosofía griega con Platón y Aristóteles. Según Averroes, el mérito de estos filósofos está en haber reconocido la necesidad de la existencia de una realidad nouménica superior (principio supremo, Dios), pero erraron al hablar de ese primer principio en términos derivados del conocimiento empírico. No se puede pensar en la voluntad divina al modo de los agentes de la realidad fenoménica. Averroes señala su posición al respecto en esta escueta afirmación: "Dios conoce las cosas no porque tenga un determinado atributo, sino porque éstas son producidas por él en cuanto él las conoce". O sea, que la actividad cognoscitiva de Dios es por sí misma creadora del mundo.
Siendo el conocimiento de Dios el origen del mundo, está claro que éste, lo mismo que su hacedor, no puede tener principio ni fin. Es nuestra mente quien concibe el principio y el fin del mundo, al considerar la realidad bajo la categoría subjetiva del tiempo. Averroes trata el problema de la distinción entre tiempo verdadero (tiempo-duración) y tiempo abstracto (tiempo-medida) en su breve tratado Solución al problema: creación o eternidad del mundo. El tiempo verdadero no se compone de momentos temporales separados por un principio y un fin. Debe ser considerado, más bien, como una circunferencia en la que todo punto es al mismo tiempo principio y fin de un arco. El tiempo abstracto es el tiempo abstraído de la realidad del mundo, que se le aplica como medida, y es representado como línea recta (ya sea ésta finita o infinita).
Averrroes sostuvo además el monopsiquismo, es decir, la existencia de una sola mente (alma) supraindividual y universal, de la que la inteligencia (psique) sería una simple y provisional manifestación. Es decir: el hombre no posee un alma propia, sino que participa, hasta que muere, del alma colectiva. Contrariamente a las enseñanzas del cristianismo y del islam, desde el punto de vista del individuo no existe ninguna esperanza de eternidad: el alma individual está destinada a morir con el cuerpo.
Nociones como ésta valieron a Averroes una condena de exilio (en 1195) y suscitarían la sospecha de herejía en el averroísmo latino, orientación filosófica difundida después de 1270 en Occidente y muy particularmente en París, gracias a las enseñanzas de Siger de Brabante. En 1277, el arzobispo Stefano Tempier condenó 219 tesis sostenidas por aristotélicos averroistas, empezando así una polémica filosófica que no terminaría hasta el Renacimiento.
La orientación averroísta que elevaba a Aristóteles a la categoría de auctoritas incluso por encima de la Biblia se difundiría a partir del siglo XIII entre las magistri artium, los profesores de formación laica que controlaban en las universidades la enseñanza de las scientiae (aritmética, música, geometría) y de la scientia prima, la metafísica aristotélica. El choque entre estos intelectuales y la ortodoxia religiosa alcanzó su cima con el Tomismo, pero a pesar de la influencia de Santo Tomás de Aquino (para quien Averroes había desfigurado las enseñanzas de Aristóteles), el espíritu del Averroísmo sobrevivió en la tradición aristotélica del Renacimiento (en particular en Pietro Pomponazzi). Su llamada a la superioridad de la razón sobre la fe, al valor de la filosofía natural (la práctica científica) en oposición a la teología, se convirtió en un importante regulador de la mentalidad científica moderna. En Oriente, en cambio, la filosofía de Averroes pasó prácticamente desapercibida.
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