Dramaturgo norteamericano. Su juventud aventurera no sólo le suministró las primeras experiencias a utilizar en las obras con que se dio a conocer, sino que le valió también para enfrentarle con los problemas que plantea el contraste entre el destino y la naturaleza del hombre y que constituyen el centro de su obra, entendida no en sus relaciones humanas, sino en las relaciones entre el hombre y algo que puede llamarse Dios o Hado.
Eugene Gladstone O'Neill nació en Nueva York el 16 de octubre de 1888. Su padre era un irlandés que emigró a los Estados Unidos, donde llegó a ser bastante conocido como actor y director teatral, y que durante muchos años fue popularísimo personificando el conde de Montecristo en la versión escénica de la obra de Dumas. Hasta los siete años, Eugene O'Neill siguió a su padre en sus "tournées"; después pasó por varias escuelas, casi siempre católicas; en 1906 se matriculó en la Universidad de Princeton, que abandonó un año después para ser empleado en Nueva York.
Dejó este puesto también para unirse a una expedición de buscadores de oro que se dirigía a Honduras; la expedición fracasó y O'Neill, de regreso a la patria, se hizo subdirector de una compañía dramática que recorría los Estados Unidos, hasta que sintió la llamada del mar y se enroló en un velero noruego que zarpaba de Boston para Buenos Aires. Desempeñó en esta ciudad diversos empleos; pero pronto volvió a embarcar, como simple marinero, en un barco inglés que hacía la ruta Buenos Aires-Durban y regreso. El tercer viaje lo condujo de Buenos Aires a Nueva York, donde entró como tripulante en un transatlántico de la línea Nueva York-Southampton.
Vuelto a los Estados Unidos, fue actor en la compañía de su padre e hizo una "tournée" por el Far West; por último, pasó del escenario a la redacción del Telegraph, modesto periódico de New London, en Connecticut, como gacetillero. Poco tiempo después descubrió que tenía un principio de tuberculosis y hubo de permanecer seis meses en un sanatorio, entre 1912 y 1913. Salió de él físicamente curado y decidido a escribir para el teatro.
En la atmósfera, entonces apasionada y entusiasta, del Greenwich Village de Nueva York, compuso las primeras obras dramáticas en un acto que al año siguiente representó un grupo de actores en Provincetown (Massachusetts). Estos Provincetown Players se trasladaron a Nueva York y ofrecieron a O'Neill una salida a su abundante producción, que suma más de cuarenta títulos en las obras completas del dramaturgo.
Las piezas en un acto de la fase inicial (La luna de los Caribes, Ruta al Este hacia Cardiff y El largo viaje de regreso) utilizan de modo directo las experiencias marítimas: son más estudios de caracteres que verdaderos dramas y muestran influencias de George Bernard Shaw y de John Millington Synge. Del conflicto entre naturaleza y destino, ya esbozado en Más allá del horizonte, que fue, en 1920, su primera obra de extensión normal y su primer gran éxito en los teatros de Broadway, pasó el mismo año al experimento expresionista de El emperador Jones que, junto con El mono velludo, de 1922, marca el periodo de influencia de Frank Wedekind y del expresionismo alemán, aunque O'Neill, rebajando ésta y otras influencias, entre ellas la de Henrik Ibsen, reconociese solamente de un modo explícito como maestros suyos a Nietzsche y a August Strindberg.
El fatalismo, que había encontrado ya expresión en Anna Christie (1921), condujo a O'Neill a una forma de teatro experimental, alimentado también con las diversas doctrinas nuevas que el autor iba descubriendo. Con deseo bajo los olmos (1924) comenzó a demostrar la influencia del psicoanálisis; y mientras en El gran dios Brown (1926) el uso de las máscaras simbólicas muestra todavía viva la acción del expresionismo, Extraño interludio (1928) y Dynamo (1929) pretenden traducir el flujo continuo de la conciencia, las frustraciones, los complejos y otros elementos psicoanalíticos recurriendo al pensamiento hablado (sutil desarrollo del antiguo "aparte") y al drama-río en nueve actos.
En esta fase experimental representa un paréntesis el drama Todos los hijos de Dios tienen alas (1924), una de sus obras más naturales y conmovedoras, inspirada en la defensa de los negros. De 1931 es El luto le sienta bien a Electra, trilogía que figura entre las obras de más empeño (aunque no mejor logradas) de Eugene O'Neill y en la que, aparte del origen psicoanalítico de la trasposición moderna de un mito clásico, la culpa a expiar no es la ofensa a la divinidad, sino la violación de la moral social, identificando así el Hado con la sociedad civil.
En Días sin fin (1934) aparece un protagonista atraído irresistiblemente hacia el catolicismo; en Llega el hombre de los hielos (1946) se expresan de un modo simbólico la pérdida de las ilusiones y la proximidad de la muerte. En el mismo año fue atacado O'Neill por la enfermedad de Parkinson, que puso prácticamente fin a sus actividades.
Pero en 1940 había escrito un drama autobiográfico, Viaje del largo día hacia la noche, que por expresa voluntad suya no fue publicado ni representado hasta después de su muerte. Bajo nombres ficticios, se encuentran representadas allí las vicisitudes de su familia. En esta obra, dolorosa y conmovedora, los personajes se acusan recíprocamente del fracaso de sus vidas; no se dan cuenta de que el fracaso ha sido debido solamente a sus errores y lo atribuyen falsamente a las circunstancias. En otros términos: O'Neill se muestra aquí consciente de que el Hado está dentro, y no fuera, de nosotros.
Quizá le lleva a esta conciencia la comprobación de que solamente él, de toda la familia, logró redimirse y salvarse a través de su obra de escritor; aunque no estaría muy alejado de la verdad el reconocimiento de que su fatalismo pesimista es un reflejo de aquella doctrina calvinista que el puritanismo, nunca apagado en la conciencia norteamericana, ha perpetuado desde los tiempos de los Padres viajeros. Póstumamente fue publicada, en septiembre de 1957, la obra A Touch of the Poet.
Considerada en su conjunto, la obra de Eugene O'Neill se nos aparece desigual por su mismo carácter experimental debido a un temperamento fundamentalmente poético, que ha buscado a menudo un modo de expresión violentando la forma misma del arte dramático hasta triturarlo. No obstante, ese temperamento poético impregna los dramas de O'Neill de una sustancia humana y de pensamiento que hace de él el más importante de los dramaturgos de los Estados Unidos, el iniciador de un auténtico teatro norteamericano y el primero que alcanzó, en el nuevo continente, una resonancia internacional, que le fue reconocida en 1936 con la concesión del Premio Nobel.
Eugene O'Neill falleció en Boston el 27 de noviembre de 1953
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