Pintor y grabador noruego. La estilización de la figura, la prolongación de las líneas y, en ocasiones, el intenso dramatismo y la intensidad cromática, hicieron del estilo pictórico del noruego Edvard Munch uno de los modelos estéticos del expresionismo de las primeras décadas del siglo XX.
Edvard Munch nació en Loten, Noruega el 12 de diciembre de 1873. Sufrió muy joven la pérdida de sus seres queridos, y el espectro de la muerte, que llenó su niñez, lo acompañaría durante toda su vida, convirtiéndose en uno de los temas recurrentes en sus obras. En 1885 llevó a cabo el primero de sus numerosos viajes a París, donde conoció los movimientos pictóricos más avanzados y se sintió especialmente atraído por el arte de Paul Gauguin y Henri de Toulouse-Lautrec. No tardó en crear un estilo sumamente personal, basado en acentuar la fuerza expresiva de la línea, reducir las formas a su expresión más esquemática y hacer un uso simbólico, no naturalista, del color, y de ahí su clasificación como pintor simbolista.
Los Demonios de Edvard Munch 22/8/20
De 1892 a 1908 vivió en Alemania, sobre todo en Berlín, aunque hizo frecuentes viajes a Noruega y París. En Berlín presentó en 1892 una exposición que tuvo que ser retirada por el escándalo que suscitó y que dio pie a la creación de la Secesión Berlinesa. En Noruega contó pronto entre sus amistades con importantes personalidades políticas y literarias y tuvo particular afinidad con el realismo social del dramaturgo Henrik Ibsen, para quien realizó los escenarios y el vestuario de la obra Peer Gynt en 1896.
El Grito. Explicación del cuadro de Edvard Munch 12/12/19
En 1908 Edvard Munch, después de una tormentosa relación sentimental y víctima del alcohol, sufrió una grave enfermedad nerviosa, por lo que tuvo que ser recluido en el psiquiátrico del doctor Jacobsen, en Copenhague, del que salió completamente restablecido. En 1908 volvió definitivamente a Noruega, donde recibió algunos encargos oficiales (pinturas del paraninfo de la Universidad de Oslo) y pasó sus últimos años en soledad. Munch legó a la ciudad de Oslo todas las obras que conservó hasta su muerte, acaecida en Ekely, cerca de Oslo, el 23 de enero de 1944.
El grito (1893), de Edvard Munch
La obra de Edvard Munch se caracteriza por un sentido trágico de la vida y de la muerte, propio de toda la literatura escandinava de Henrik Ibsen a August Strindberg. A pesar de que sus primeras pinturas recibieron la influencia de los impresionistas, pues conoció bien la obra de Gauguin y Van Gogh, en seguida se inclinó por la idea de plasmar los sentimientos, por exteriorizar las sensaciones de angustia y soledad del ser humano. Su etapa de madurez está impregnada de ese "sentimiento trágico" que tanto caracterizó a los románticos, pero extraído del contexto propio del Romanticismo y llevado a sus últimas consecuencias, otorgándole un valor "absoluto", como algo de lo que el hombre no se puede liberar.
En la pintura de Munch aparece el rostro del mundo alimentado por esas fuerzas desconocidas que forman parte también de la condición humana. Su ambicioso proyecto titulado El friso de la vida (1893-1918), al que pertenecen sin duda sus cuadros más representativos, refleja los sentimientos y las obsesiones humanas. Veintidós de esas pinturas fueron expuestas, en 1902, en la muestra del grupo berlinés Sezession. La mayoría de ellas refleja la desilusión del fin de siglo y la imagen del hombre como víctima.
Edvard Munch - Arnold Schönberg - Expresionismo 23/1/20
Su obra anterior a 1908 está muy vinculada a este ciclo que, de algún modo, concibió como si se tratara de un poema de amor, de vida y de muerte. Así El beso(1892) o La cámara de muerte (1894), ambas en la Nasjonalgalleriet de Oslo, donde alude al drama acontecido durante su infancia: la muerte de su madre y su hermana. Los personajes reflejan su sufrimiento, pero formalmente están unidos por una línea serpenteante que recorre toda la superficie del cuadro. No hay sombras, sólo colores planos y pronunciados contornos que marcan el ritmo visual, un medio idóneo para expresar la angustia del espíritu.
Edvard Munch - Documentary 22/8/21
Sin embargo, su obra más emblemática es El grito (1893, Nasjonalgalleriet, Oslo), una de las pinturas que más intensamente han reflejado el horror y la angustia del ser humano. La figura que se halla en primer término expresa un terror inconmensurable. La angustia por la soledad, la desesperación por no encontrar un sentido a la vida y su relación con los abismos quedan intensamente reflejados en la obra del pintor noruego.
En el arte occidental, se puede decir que no hay ninguna obra más famosa que La Gioconda o La Mona Lisa, nombres con que es titulado el retrato de Mona Lisa Gherardini (Mona es una abreviatura del italiano Madonna, señora), hija de un fabricante de lanas florentino llamado Antonio Gherardini. A la muerte de su padre, Lisa Gherardini habría sido prometida al hijo menor de Lorenzo el Magnífico; pero al huir el clan de los Médicis ante la invasión francesa, la joven se habría quedado sola y embarazada. En tan adversas condiciones, Lisa Gherardini habría aceptado desposarse con Francesco del Giocondo, un hombre de mucha más edad que ella a quien debería el sobrenombre de la Gioconda. Sin embargo, existen otras teorías respecto a quién es la mujer representada; muchos creen incluso que el retrato no se basa en un único modelo, sino en la suma de varios.
Leonardo da Vinci trabajó en el retrato durante cuatro años, probablemente desde 1503, pero nunca lo consideró terminado y se negó a entregarlo al cliente. El propio pintor manifestó en su época una gran predilección por el retrato de la Gioconda. Se sabe que lo llevaba consigo en sus viajes, y que a menudo pasaba largas horas observándolo en busca de inspiración. No se conserva ningún boceto previo del retrato de la Gioconda, hecho ciertamente insólito si se tiene en cuenta que Leonardo, como muchos otros pintores, solía realizar exhaustivos estudios previos a sus diferentes obras. Leonardo se llevó el cuadro a Francia cuando en 1516 fue llamado por Francisco I y, a través de la familia real francesa, fue a parar al Museo del Louvre de París. Sin embargo, la pintura ha sido probablemente cortada en todos sus lados y, ante todo, el color ha sufrido transformaciones con el transcurso del tiempo: los tonos rojos se han desvanecido parcialmente y toda la pintura ha adquirido un tono verdoso.
El misterio de la Mona Lisa - Documental
Aun así, la obra conserva todavía una belleza peculiar. La enigmática criatura siempre ha parecido una de las más fulgurantes figuraciones del misterio de la belleza femenina. Muchos intentos se han hecho para explicar el vivo efecto que produce en el espectador. Leonardo utilizó un típico sfumato: los suaves colores y los contornos se funden en una sombra indecisa. De la misma manera, la expresión del rostro es equívoca: una sonrisa juega alrededor de la boca y los ojos, pero, ¿es burlona o melancólica? La joven parece mirar al espectador, pero también al mismo tiempo mira a lo lejos, o hacia su interior. El peculiar efecto queda acentuado por el paisaje onírico del fondo, donde además el artista ha dejado mucho más bajo el horizonte de la izquierda que el de la derecha. Tampoco las dos mitades de la cara son del todo iguales. Lo turbador de estos aspectos se contrapone con la tranquila armonía de las manos maravillosamente modeladas.
La grandeza y la serenidad que la obra trasmite parece proceder de su profundidad anímica; la intimidad psicológica parece modelar la presencia física de la dama, que, al mismo tiempo, se desintegra en la naturaleza envolvente, sin que por ello pierda su propia identidad. Leonardo consigue que lo universal y lo particular se conjuguen en una simbiosis perfecta. El paisaje, en continuo movimiento, símbolo del ser de la naturaleza, se conforma mediante ríos que fluyen, brumas, vapores, rocas deshilachadas, juegos de luces y vibraciones de colores. Nada hay permanente, todo se trasmuta y se funde en una visión de paisaje irreal, esencia de la naturaleza. La belleza estriba en ese continuo ser y no ser, hacerse y deshacerse; la mujer, en comunión con la naturaleza, se integra y forma parte de ella, convirtiéndose igualmente en fondo.
Muy pronto empezaron las cábalas y especulaciones acerca de la modelo del cuadro y su enigmática sonrisa, comparada a veces con la expresión de las estatuas griegas arcaicas o de las esculturas angelicales góticas. El arquitecto y tratadista del siglo XVI Giorgio Vasari relata que Leonardo hacía tocar música durante las sesiones para que la modelo conservara "esta sonrisa extasiada que, al verla, hace pensar en una alegría más celestial que terrena". Vasari da crédito a la leyenda de un Leonardo enamorado de su modelo y ve en la expresión de la "bellísima Madonna Lisa" una divina melancolía indulgente con la pasión de los hombres.
Para los autores del siglo XVII, la sonrisa de la Gioconda es la risa misma de la naturaleza, es una metáfora humana en la que se refleja el concepto del universo. El siglo XVIII, libertino y artificioso, la vio como una imagen anticipada de gracia y de coquetería. Las concepciones de los siglos XIX y XX subrayan su valor de esencia poética y atemporal. Para Walter Pater, La Gioconda "expresa aquello que en el curso de mil años el hombre ha deseado", y para Ortega y Gasset es "la mujer esencial que conserva invicto su encanto" y simboliza "la extrema feminidad". Sigmund Freud realizó una interpretación psicoanalítica.
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En parte, esta variedad de percepciones procede de los propios presupuestos estéticos; sólo cabe esperar distintas interpretaciones según sea la obra contemplada con los ojos de un decadentista, un simbolista, un esteta dannunziano o un novecentista metafísico, del mismo modo que podemos tener una Gioconda freudiana. También se discute hasta que punto buscó Leonardo captar la psicología, el yo interior de la modelo. Es difícil decidir si, en este famosísimo cuadro, la criatura más viva es la Mona Lisa o el propio pintor; es decir, si la personalidad del artista no se impone sobre la de la modelo hasta convertir el incomparable retrato de una mujer en una especie de no confesado pero revelador autorretrato del pintor, expresión del enigma intraducible de su propia alma.
el ladron de la Mona Lisa 21/8/19
La Gioconda es uno de los iconos indiscutibles del arte pictórico de todos los tiempos y una de las obras más copiadas y reinterpretadas de la historia de la pintura, hasta el punto de que respecto a ella puede hablarse tanto de una "giocondolatría" como de una "giocondofobia". También ha sido sometida a una cruel caricaturización por parte de muchos artistas; valga como ejemplo el gesto de Marcel Duchamp, quien en 1919, en pleno arrebato dadaísta, pintó unos bigotes a una reproducción como símbolo de la revuelta emprendida contra todo arte "bello", académico y oficial. El 21 de agosto de 1911 el cuadro fue robado por un aprendiz de pintura italiano que lo llevó a Florencia con la intención de venderlo al gobierno de Italia, pero fue detenido al cabo de dos años y el cuadro fue devuelto.
Escritor estadounidense. Maestro indiscutible de la literatura fantástica, su obra rebasa en realidad la confluencia de géneros como la literatura de terror y la ciencia ficción hasta cristalizar en una narrativa única que recrea una mitología terrorífica de seres de un inframundo paralelo. Los paisajes de la naturaleza de su región natal, Nueva Inglaterra, influyeron en su temperamento fantasioso y melancólico. Nacio en Providence, el 20 de agosto de 1890 Desde niño se formó en lecturas mitológicas, en la astronomía y en las ciencias. En 1919 leyó la obra de Lord Dunsany, que lo marcó sensiblemente; lo mismo le ocurrió con Edgar Allan Poe y Arthur Machen. La mayor parte de sus obras fue publicada en la revista Weird Tales.
Considerado uno de los más brillantes y originales autores de narrativa fantástica del siglo XX, la fama de H. P. Lovecraft creció sobre todo después de su muerte, cuando su obra, aparecida inicialmente en revistas especializadas, fue publicada en volumen. En su narrativa se funden elementos heterogéneos: el influjo de Edgar Allan Poe, reconocible en ciertas atmósferas y recursos técnicos de sus cuentos juveniles, pero también en las novelas de madurez como En las montañas de la locura (1931); los lazos con la tradición y el paisaje de la Nueva Inglaterra, oníricamente transformado en espacio fantástico; o los arranques de ciencia-ficción, que son desarrollados en cuentos como El color que cayó del espacio(1927).
Documental Lovecraft Miedo a lo Desconocido 20/8/19
El título de mayor originalidad de la obra de Howard Philips Lovecraft reside, sin embargo, en la creación de una compleja y personal mitología monstruosa en el centro de la cual están los old ones, divinidades horribles expulsadas de la Tierra en los tiempos prehistóricos y en lucha para tomar posesión de ella. Estos seres monstruosos y malolientes aparecen primero de forma esporádica y luego cada vez más orgánicamente en cuentos como Las ratas en las paredes (1924), Los mitos de Cthulhu (1926) y El horror de Dunwich (1927), y en novelas como El caso de Charles Dexter Ward (1927).
El Lado oscuro de HP Lovecraft . 15/3/20
Tal mitología tomó forma gradualmente; se enriqueció con divinidades menores con esferas de influencia distintas y se sostuvo con el recurso a los libros ficticios malditos, como el Necromicón. Partiendo de sugestiones góticas, a través de pesadillas cada vez más angustiosas, el terror en Lovecraft se convierte en cósmico, cifra extrema de su pesimismo filosófico.
Las ratas en las paredes (1924) es una muestra magistral de sus primeros trabajos, en los cuales solamente se esbozaba la mitología de las cosas siniestras que continuó desarrollando en sus relatos y novelas posteriores. Delapore, un americano descendiente de ingleses, se traslada en el año 1923 al castillo de Exham Priory, abandonado durante siglos y restaurado según los planos antiguos del mismo. Allí habían vivido sus antepasados en la época de Jacobo I, pero varios asesinatos habían exterminado luego toda la estirpe a excepción de un único superviviente: Walter de la Poer. Sospechoso de ser el autor de los asesinatos, aunque no había podido demostrarse, este último descendiente emigró a la colonia de Virginia.
Delapore solamente puede gozar unos pocos días de su propiedad, puesto que al cabo de poco tiempo se oyen unos ruidos en el castillo que suenan como si corriesen infinidad de ratas detrás de los tapices y de los recubrimientos de las paredes, lo que causa a él y a los criados una terrible inquietud. En el curso de sus indagaciones encuentra en el sótano una antiquísima piedra de sacrificios, de la que parece desprenderse que en la época de la dominación romana en Bretaña se encontraba en dicho lugar un lugar de culto a las divinidades Atis y Cibeles.
Junto con su amigo, el capitán Norrys, y algunos arqueólogos londinenses, Delapore baja pocos días después a las criptas más profundas del castillo, en donde le esperan unas "escenas de horror indescriptible": bajando por una escalera cubierta de huesos roídos, llega a una gigantesca gruta y ve moradas de todas las épocas, desde los comienzos de la humanidad hasta los tiempos de los Estuardo, en donde personas de las diferentes etapas habían sido encarceladas y reducidas a un estado puramente animal, como víctimas de un culto antropófago de tiempos antediluvianos, o se habían convertido en la presa de un "ejército hambriento, maligno y gelatinoso de ratas".
H. P. Lovecraft en una imagen de 1934
Delapore, separado repentinamente del grupo de investigadores, es empujado por las ratas "hacia las cuevas más lejanas, en las entrañas más profundas de la tierra", en donde "Nyarlahotep, el dios loco sin cara, aúlla ciego al compás de dos flautistas idiotas". Sin embargo, es posible que esta visión le fuese infundida por su fantasía ofuscada y morbosamente exagerada por los monstruosos descubrimientos, puesto que cuando vuelve en sí averigua que había sido encontrado cerca del semidevorado cadáver de Norrys, balbuceando palabras misteriosas: el "genius loci", los lémures del infierno habían logrado apoderarse de él (al igual que antes lo habían hecho con sus antepasados) y lo habían convertido en un caníbal. Y logra entonces comprender también el destino de Walter de la Poer: había averiguado que los restantes miembros de la familia participaban en los sangrientos ritos de la gruta, los había matado y había sido así un benefactor para la humanidad.
Como declaró el mismo Lovecraft, todos sus relatos están basados en la leyenda de que "este mundo había estado habitado en tiempos remotos por otra raza, que fue aniquilada y expulsada cuando ejercía la magia negra, pero que sigue viviendo fuera del mundo, estando dispuesta en todo momento a volver a tomar posesión de esta tierra". En otros relatos se trata de demonios devoradores de cadáveres, que penetran en nuestro mundo racional, quedando retenidos -como por ejemplo en El modelo de Pickman (1927)- por un pintor en horrorosos retratos.
En La música de Erich Zann (1925), el músico Zann es atormentado por monstruos "que viven en regiones indeterminadas y en dimensiones que se encuentran fuera de nuestro universo material", y le inspiran al mismo tiempo para una pieza de violín de una hermosura irreal. En La visita de Cthulhu (1928), cuya acción se desarrolla en una isla de los mares del sur en donde se encuentran unas construcciones ciclópeas prehistóricas, vuelve a aparecer por un breve período de tiempo el Cthulhu que se encuentra agazapado en el interior de la tierra. Y en El horror de Dunwich (1929), un espíritu maléfico de la clase más horrible crece en Nueva Inglaterra, pudiendo ser destruido solamente por hombres "familiarizados con las ciencias ocultas y prohibidas".
Lovecraft varía su temática del horror con una fantasía ingeniosa y altamente sugestiva; nunca le faltan figuras del lenguaje para caracterizar opresivos estados de terror, lugares en donde se ciernen peligros inminentes, "llenos de mucosidades negras, masticados por la niebla", o unas monstruosidades asquerosas "que apestan como demonios". Continuamente introduce referencias ambiguas sobre las relaciones de su mitología con el culto de vudú, con la Atlántida, las misteriosas piedras de Stonehenge y de la Isla de Pascua, o las cazas de brujas en Nueva Inglaterra.
Sus relatos, entre cuyos antepasados debemos contar naturalmente a Edgar Allan Poe, revelan la influencia de los autores ingleses de relatos de horror Arthur Machen y Lord Dunsany, pero Lovecraft amplía las regiones del horror literario con ocurrencias completamente propias, con las cuales organizó sistemáticamente una "mitología Cthulhu". El interés también teórico de Lovecraft por la literatura fantástica está testimoniado por sus escritos críticos, en particular por El horror en la literatura (1927), en el que formuló una teoría del género fundada en bases psicológicas y formales. Para el autor, los relatos de este género deben contener "alguna violación o superación de una ley cósmica fija, una escapada imaginativa de la tediosa realidad".
Los relatos y novelas de Lovecraft, no obstante ubicarse en los límites de la mitología y la fantasía visionaria, son verosímiles, pues a pesar del instinto macabro del autor, una prosa detallista, persuasiva y lenta va organizando un pequeño mundo autosuficiente y creíble, incluso posesivo para muchos lectores. Ha influido en autores modernos como Jorge Luis Borges, que se basó en el estilo de Lovecraft para escribir un extraño relato incluido en El libro de arena (1975).
Lovecraft, falleció en Providence, el 15 de marzo de 1937
Figura indiscutible del cine de misterio y de intriga, la capacidad del cineasta Alfred Hitchcock para aplicar recursos narrativos innovadores al servicio del suspense tuvo una importancia fundamental para el desarrollo del lenguaje cinematográfico moderno. Con un dominio excepcional de las técnicas cinematográficas, produjo películas que mantienen al espectador en un constante estado de tensión hasta el final de la proyección y que lo llevan a vivir apasionadamente lo relatado en la pantalla. El Mago del suspense supo unir tramas de gran solidez con imágenes de excepcional fuerza expresiva, concilió la calidad con el éxito comercial y legó una de las filmografías más brillantes e influyentes de la historia: su huella habría de percibirse en numerosas imitaciones y en la obra de realizadores tan distintos como el francés François Truffaut o los estadounidenses Brian de Palma y David Lynch.
Alfred Hitchcock nació el 13 de agosto de 1899 en Leytonstone, una población entonces cercana al neblinoso Londres de Sherlock Holmes, Jack el Destripador y Scotland Yard, y que hoy es un distrito del East End de la capital británica. Sus padres, William Hitchcock y Emma Jane Wehlan, dueños de un negocio de comestibles, ya tenían dos hijos, William (1890) y Ellen Kathleen (1892), y gozaban de una cierta estabilidad económica, pero tampoco vivían de un modo excesivamente holgado.
Alfred Hitchcock
La figura de su padre intervino de una forma muy especial en la formación del carácter y la personalidad del muchacho. Cuando tenía cuatro o cinco años, su padre lo mandó a la comisaría de policía con una carta. El comisario la leyó y lo encerró en una celda durante algunos minutos diciéndole: "Esto es lo que se hace con los niños malos." Nunca comprendió la razón de esta broma siniestra, porque su padre lo llamó su "ovejita sin mancha", y vivió una infancia disciplinada, aunque algo excéntrica y solitaria, escudriñando siempre desde su rincón, con los ojos muy abiertos, todo lo que pasaba a su alrededor.
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Para Hitchcock, su padre era el típico comerciante del East End, que tenía el orden, la disciplina y la austeridad en la cima de su escala de valores para afrontar la vida. Así, el autoritarismo y la rigidez moral presidieron la educación del joven Alfred. De aquí arranca el interés del director por el tema de la culpa, omnipresente en todos sus filmes y esquema común de la trama profunda de sus historias, normalmente como una alegoría sobre el pecado y la redención. Hitchcock hablaría muy pocas veces de su madre, y, sin embargo, de mayor intentó siempre mantenerla a su lado.
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Las repercusiones del catolicismo en su personalidad se acrecentaron durante sus años escolares, puesto que su primera escuela fue la Casa Conventual Howrah, en Poplar. La familia se había trasladado en 1906 a esta otra población desde Leytonstone para abrir un nuevo establecimiento. Al cabo de dos años, Alfred abandonó la Casa Conventual porque volvieron a trasladarse, esta vez a Stepney. Allí el muchacho ingresó en el Colegio de San Ignacio, fundado por los jesuitas en 1894 y especialmente reconocido por su disciplina, su rigor y su estricto sentido católico.
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Este centro jesuítico dejó una profunda huella en Hitchcock por el modo como eran tratados allí la culpa y el perdón. El mismo Hitchcock lo explicaría años más tarde: «El método de castigo, por supuesto, era altamente dramático. El pupilo debía decidir cuándo acudir al castigo que se le había impuesto. Debía dirigirse a la habitación especial donde se hallaba el cura o el hermano lego encargado de administrarlo. Algo parecido a dirigirte a tu ejecución. Creo que era algo malo. No usaban el mismo tipo de correa con que azotaban a los chicos en otras escuelas. Era una correa de caucho». Esta práctica acentuó el miedo del pequeño Alfred a todo lo prohibido y acaso le descubrió los condimentos más emocionantes del suspense, esa turbia confusión sadomasoquista que florece ante lo inminente y fatal.
Hasta los catorce años permaneció en el colegio. En su primer curso sobresalió por su aplicación y obtuvo una de las seis menciones honoríficas que la dirección del centro concedía. Había conseguido la calificación de excelente en latín, francés, inglés y formación religiosa: las asignaturas que, según el criterio de sus maestros, eran de mayor importancia.
Sin embargo, el último año en San Ignacio se destapó el lado travieso, bromista y trasgresor del joven Alfred, o mejor, del joven Cocky, de acuerdo con el apodo con que lo conocían sus compañeros. Se dedicó a robar huevos del gallinero de los jesuitas para arrojarlos contra las ventanas de las habitaciones de los sacerdotes; o, ayudado por compinches, maniataba a algunos de sus compañeros y encendía petardos colocados en sus traseros. También esta vertiente, por un lado irónica y por otro traviesa, infractora de la ley y hasta gamberra, aparecería luego como uno de los rasgos típicos de su filmografía. Se trataba de un manera lúdica e indirecta de superar el complejo de culpa, siempre al acecho inconscientemente.
Hitchcock en una imagen promocional de Los pájaros
Hitchcock recordaba estos años con amargura y, al mismo tiempo, como una influencia importante en su obra: «Si han sido educados en los jesuitas como yo lo fui, estos elementos tienen importancia. Yo me sentía aterrorizado por la policía, por los padres jesuitas, por el castigo físico, por un montón de cosas. Éstas son las raíces de mi trabajo.» Es fácil relacionar estos años vividos en el Colegio de San Ignacio con el interés de Hitchcock por lo macabro y lo criminal. De aquellos años datan también las visitas del joven al Museo Negro de Scotland Yard para contemplar su colección de reliquias criminales, y al Tribunal de lo Criminal de Londres, donde asistía a los juicios por asesinato y tomaba notas al modo de Dickens, uno de sus escritores preferidos en aquella época, junto con Walter Scott y Shakespeare.
En 1913 dejó el colegio y trató de orientar su futuro profesional. Comenzó los estudios de ingeniero en la School of Engineering and Navigation y siguió cursos de dibujo en la sección de Bellas Artes de la Universidad de Londres; al mismo tiempo ayudaba a sus padres en la tienda. Fue entonces cuando descubrió una nueva afición para sus ratos de ocio: el cine, que estaba empezando a imponerse como una de las actividades lúdicas más importantes de Londres. En la capital había más de cuatrocientos aparatos de proyección, instalados a menudo en pistas de patinaje.
De cinéfilo a director
Hitchcock, que desde los dieciséis años leía con avidez revistas de cine, no se perdía las películas de Chaplin, Buster Keaton, Douglas Fairbanks y Mary Pickford. Pudo admirar, cuando las películas mudas constituían una auténtica revelación de las ilimitadas posibilidades del cine, El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916), apabullante éxito y estrepitoso fracaso, respectivamente, del gran David Griffith. Años después le impresionó vivamente un film de Fritz Lang, Der müde Tod (Las tres luces, 1921), historia fantástica que desarrolla el tema romántico de la lucha entre el amor y la muerte mediante tres episodios que suceden en China, Bagdad y Venecia, y que decidió también la vocación cinematográfica del español Luis Buñuel. Al mismo tiempo mantenía su afición por la lectura. «Es muy probable que fuera por la impresión que me causaron las historias de Poe por lo que me dediqué a rodar películas de suspense. No quiero parecer inmodesto, pero no puedo evitar comparar lo que he intentado poner en mis filmes con lo que Poe puso en sus narraciones», diría años más tarde.
En pleno rodaje
En diciembre de 1914 murió su padre. Alfred quedó profundamente afectado y hubo de rehacer su vida junto a su madre. Los hermanos mayores ya no vivían en la casa y, además, había estallado la Primera Guerra Mundial. Tuvieron que abandonar el negocio y volver a Leytonstone, porque allí tenían más amigos. El muchacho encontró trabajo al cabo de poco tiempo en las oficinas de la Henley Telegraph and Cable Company. Por quince chelines a la semana revisaba o calculaba los tamaños y los voltajes de los cables eléctricos. Sin embargo, como esta ocupación no le gustaba, al cabo de unos meses logró que le trasladaran al departamento de publicidad. Con ese trabajo creativo se labró cierto prestigio, a pesar de su juventud. Se libró del reclutamiento gracias a su trabajo en una compañía que colaboraba con la guerra y a su obesidad.
En 1920, a los veintiún años, aquel joven cuya afición al cine había ido creciendo leyó en una revista que una compañía cinematográfica estadounidense, la Famous Players-Lasky, iba a instalar unos estudios en Londres. No se lo pensó dos veces y se presentó en las oficinas de la Famous con unos bocetos de decoración para películas mudas que había diseñado con la ayuda de su jefe en el departamento de publicidad de la Henley. De inmediato, la compañía lo contrató como diseñador de rótulos y decorados y, en cuanto el sueldo de la Famous se lo permitió, abandonó la Henley. El primer año trabajó de rotulista en varias películas, y al año siguiente consiguió que le fueran encargados los escenarios y los diálogos menores de nuevos filmes. Los escribió bajo la dirección de Georges Fitzmaurice, quien también le inició en las técnicas de filmación.
En 1923 el actor, guionista y productor Seymour Hicks le ofreció que codirigiera un filme menor, Always tell your wife, y poco después colaboró en el rodaje de una película inacabada por falta de presupuesto, Mrs. Peabody. Eran sus primeras experiencias cinematográficas de verdad. En los estudios, Hitchcock había conocido a una tal Alma Reville, un muchacha de su misma edad, natural de Nottingham, extremadamente menuda y delgada (todo lo contrario que él) y gran aficionada al cine, que había trabajado en los estudios de una compañía londinense desde los dieciséis años, la Film Company, y que luego pasó a la Famous. Alma y Hitchcock colaboraron en varias películas dirigidas por Graham y Cutts, y en 1923 viajaron a Alemania para localizar los exteriores de un filme cuyo guión había escrito Hitchcock, The prude's fall. En el barco de regreso a Inglaterra, Hitchcock se declaró e iniciaron un largo noviazgo.
Los primeros años trabajaron juntos en películas de la productora de Michel Balcon, la Gainsbouroug Pictures Ltd., como por ejemplo The blackguard, un filme para el cual el equipo tuvo que trasladarse varios meses a Alemania, circunstancia que Hitchcock aprovechó para conocer la obra de los grandes directores alemanes de la época, como Fritz Lang o Erich von Stroheim. En 1925, Balcon le propuso dirigir una coproducción anglo-alemana titulada El jardín de la alegría (The pleasure garden). Era su primera oportunidad como director. El resultado, al parecer, agradó a los directivos, porque aquel mismo año dirigió otros dos filmes, El águila de la montaña (The mountain eagle) y El enemigo de las rubias (The lodger). Las tres se estrenarían en 1927.
Fotograma de El enemigo de las rubias (1927)
El 2 de diciembre de 1926 se casó con Alma según el rito católico y se establecieron en Cromwell Road, en Londres. Al estrenarse, los filmes obtuvieron una buena acogida por parte del público y de la crítica. En ellos, el director aparecía marginalmente, sin estar incluido en el reparto: era su manera de firmar sus películas, que luego se haría tan popular. Aprovechando el éxito, cambió de productora, y a finales de 1927 rodó El ring (The ring), un filme basado en un guión propio con la British International Pictures. Con esta película se convirtió en uno de los directores más cotizados de Inglaterra y empezó su camino fulgurante hacia la fama internacional.
La fama
Con el éxito internacional aumentó considerablemente sus ingresos, y se compró una casa de veraneo en Shamley Green, en las afueras de Londres, cerca de la cual se instalaría su madre poco después. En 1928 nació su hija Patricia Alma; al parecer, el director nunca había pasado tantos nervios como durante el parto. Por entonces, los Hitchcock tenían una intensa vida social, y las veladas con amigos de la productora, la British, eran habituales en la casa de Cromwell Road, en las que a veces ofrecía a los amigos uno de sus números cómicos particulares: Hitchcock, que pesaba más de ciento treinta kilos, aparecía desnudo de cintura para arriba, con un marinero pintado en la inmensa barriga, que agitaba rítmicamente mientras silbaba. En una ocasión se vistió de mujer y grabó su actuación. La cinta, que conservó toda su vida, sería exhibida en 1976 en una sesión privada en los estudios de la Universal.
En 1928 rodó sus últimos filmes mudos, The farmer's wife, Champagne y The maxman, y al año siguiente estrenó su primera película sonora, La muchacha de Londres (Blackmail), basada en una obra teatral que estaba teniendo un gran éxito en la capital. Por primera vez un filme británico incorporaba una banda sonora, a partir de la tecnología de la RCA estadounidense.
Otros filmes hablados, como Juno and the Paycock (1930), Murder (1930) y The Skin game (1931), sin alcanzar un gran éxito de público y crítica, le confirmaron como uno de los directores británicos más inteligentes y creativos y que más innovaciones e ideas técnicas estaba aportando al mundo del cine. Su preocupación era encontrar un estilo narrativo propio, para lo cual descubrió nuevas posibilidades expresivas en el montaje, en los movimientos de cámara y en el empleo de la luz. Lo suyo era el arte de la cámara: su enorme dominio de la imagen, a nivel persuasivo y sentimental, hacía que el público se identificara con sus historias y con sus personajes y convertía en verosímiles la fantasía y el misterio, las situaciones extrañas y originales con que vestía la realidad. Su extraordinaria narrativa cinematográfica llevaba al público a vivir apasionadamente lo que sucedía en la pantalla.
En 1932, por imposición de la British, tuvo que filmar una comedia de enredos y persecuciones, El número 17 (Number Seventeen), y luego rodó Mejor es lo malo conocido (Rich and Strange, 1932), una película cuyo argumento se le ocurrió al matrimonio Hitchcock durante un crucero por el Atlántico y el Caribe que hicieron con su hija en 1931: una modesta pareja londinense, gracias a una herencia inesperada, realiza un crucero alrededor del mundo, durante el cual pasan de la alegría a los temores, las tristezas y las infidelidades, para recuperar, tras un naufragio, su lealtad. Después de Valses de Viena (Waltzes from Vienna, 1933), una biografía del compositor Richard Strauss hecha por encargo, Hitchcock volvió a trabajar para Michel Balcon, que había fundado la productora Gaumont-British.
Maestro del suspense
A partir de entonces empieza la gran época del cine de Hitchcock, la época de los grandes títulos de su filmografía, una etapa dorada de creación ininterrumpida que duraría prácticamente hasta el fin de sus días. La primera película que hizo con la nueva productora fue El hombre que sabía demasiado (The man who knew too much, 1934), una obra de arte del cine de suspense que fue elegida por la crítica como la película del año en Inglaterra.
Le siguieron otros títulos fundamentales de su filmografía: 39 escalones (The thirty-nine steps, 1935), Agente secreto (The secret agent, 1936) y Sabotaje(Sabotage, 1936), todos ellos filmes ya clásicos en los que la trama y la intriga lograban crear una tensión psicológica como nunca se había visto en el arte cinematográfico, y en los que la fuerza expresiva de las imágenes mezclaba con genial sabiduría la acción y los apuntes psicológicos de los personajes. Todo ello se rodeaba a menudo de un trasfondo metafísico-existencial en el que se concebía el amor de un modo romántico y redentor, y en el que la delimitación entre el bien y el mal y la conciencia de pecado no estaban exentas de cierta fascinación divertida por los malvados. Hitchcock era humanista y satírico a la vez, sádico y con un particular sentido del humor.
39 escalones (1935)
En cada nuevo filme perfeccionaba la técnica de la intriga, que a lo largo de su carrera llegó a cimas difícilmente superables. Su último filme británico fue La posada de Jamaica (Jamaica Inn, 1938), que no obtuvo mucho éxito a pesar de estar protagonizado por Charles Laugthon, ya famoso, junto a una jovencísima Maureen O'Hara. En marzo de 1939, meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Hitchcock partió junto a su mujer, su hija y su secretaria personal, Joan Harrison, a Nueva York.
En Hollywood
El viaje respondía a una oferta de David O. Selznick, el poderoso productor norteamericano, que en un viaje a Estados Unidos realizado el año anterior le había propuesto dirigir en Hollywood. La película resultante fue Rebeca (Rebecca, 1940), uno de sus filmes más célebres, que supuso un Oscar para la protagonista, Joan Fontaine. La siguiente película estuvo condicionada por la circunstancia histórica: la guerra se extendía, parecía larga y complicada, y en Enviado especial(Foreing Correspondent, 1940), una obra de contenido belicista, hizo un alegato en favor de los aliados.
Con Joan Fontaine en la presentación de Rebeca (1940)
Hitchcock había llegado a un acuerdo con Selznick por el que le produciría dos películas al año por un sueldo de 2.750 dólares semanales y una bonificación de 15.000 dólares anuales. Una cláusula especial le permitía en 1941 rodar dos películas con otra productora, la R.K.O. Se trataba de Matrimonio original (Mr. and Mrs. Smith) y Sospecha (Suspicion), otro de los títulos clásicos de su carrera. El director seguía en su línea de perfeccionamiento del cine de intriga, aportando en cada película nuevos descubrimientos técnicos, ocurrencias narrativas y trucos geniales que crearon escuela en la historia del cine.
Al poco tiempo de llegar a Hollywood, en 1941, los Hitchcock se trasladaron al apartamento de Carole Lombard en Bel Air; la actriz había decidido vivir con su pareja, Clark Gable. El mismo año, dado que la conflagración mundial se complicaba cada vez más, Alma viajó a Inglaterra y trajo consigo a su madre. Alfred también fue a Londres para recoger a la suya y llevarla a los Estados Unidos, pero su madre se negó. Hitchcock, cuya vuelta a Los Ángeles coincidió con los primeros bombardeos nazis sobre Inglaterra, tuvo que conformarse pensando que su madre vivía todo el tiempo en Shamley Green y contaba con la protección de su hermano William.
Al año siguiente, Carole Lombard murió y el matrimonio tuvo que cambiar de casa; se trasladaron a Bellagio Road, también en Bel Air. Su siguiente película fue Sabotaje (Saboteur, 1942), producida por la Universal Pictures a pesar de la oposición de Selznick, que provocó una gran tensión a lo largo del rodaje. A partir de entonces decidió no rodar más de una película por año. En 1943 hizo La sombra de una duda (Shadow of a doubt). Aquel año murió su madre en Londres, el 26 de septiembre, a causa de una polionefritis aguda. Hitchcock a duras penas pudo soportar el golpe: quedó emocionalmente destrozado y adelgazó cuarenta kilos en pocos meses.
Los decorados oníricos de Recuerda (1945)
corrieron a cargo de Dalí
La serie de filmes siguientes contenía títulos también de primer orden; algunos figuran entre sus obras más importantes: Náufragos (Lifeboat, 1943); Recuerda(Spellbound, 1945); Encadenados (Notorious, 1946), con Ingrid Bergman; El proceso Paradine (The Paradine Case, 1947), con Gregory Peck en el papel principal; y La soga (Rope, 1948), su primer filme en color, con James Stewart de protagonista, actor que se convertiría en uno de sus preferidos y con quien trabajaría en muchas otras películas célebres. En Recuerda, considerada como una de las cimas de la filmografía de Hitchcock, trabajaba por primera vez con Ingrid Bergman y con Gregory Peck, al que lanzó a la fama, y contó con la colaboración de Salvador Dalí para los decorados, de tipo onírico. Algunas de las secuencias con los dos protagonistas se cuentan, a juicio de muchos especialistas, entre las mejores escenas de amor romántico de toda la historia del cine.
Los gloriosos cincuenta
A comienzos de los años cincuenta, con su reputación cinematográfica por las nubes y una sólida posición económica, estrenó películas que confirmaron su fama en el mundo entero, como Atormentada (Under Capricorn, 1949), Pánico en la escena (Stage Frigth, 1950) y Extraños en un tren (Strangers on a train, 1951), un éxito rotundo de crítica y de público. La versión radiofónica del filme, estrenado por la CBS, batió todos los récords de audiencia.
Extraños en un tren (1951)
En 1951, el matrimonio Hitchcock realizó un viaje de placer por Italia, Alemania, Países Bajos, Suecia y Noruega. Durante el viaje, la hija de Hitchcock se prometió con Joseph O'Conell, un alto cargo de una corporación, con quien se casó en la catedral de San Patricio de Nueva York al año siguiente. El padre no vio con muy buenos ojos esta boda de su hija, puesto que hasta entonces la muchacha había colaborado con él en algunas películas (años más tarde trabajaría en Psicosis) y estudiaba teatro; hubiera querido un yerno relacionado con el mundo del cine. A cambio, intentó atraer a O'Conell a la industria cinematográfica, sin mucho éxito.
Yo confieso (I confess, 1953), el filme siguiente, se rodó en medio de una difícil relación entre el director y el protagonista, un Montgomery Clift en un estado de destrucción psicológica y alcoholismo bastante preocupante. Parece ser que una noche, durante el rodaje, Hitchcock llegó a emborrachar premeditadamente a Clift para dejar en evidencia los límites de su desequilibrio.
Apareció entonces en el firmamento cinematográfico de Hitchcock una nueva estrella que acapararía durante unos años toda su atención: Grace Kelly. Con ella, la actriz que mayor fascinación le produjo nunca en su carrera, rodó Crimen perfecto (Dial M for murder, 1953), La ventana indiscreta (Rear window, 1954), junto a James Stewart, y Atrapa a un ladrón (To catch a thief, 1955), junto a Cary Grant. Son algunas de las películas más conocidas del maestro de la intriga. Su adoración por Grace llegó a su punto máximo en la última de las tres, cuyo rodaje se alargó a causa de que el director se empeñó en que la actriz bailara con un espectacular traje dorado en la última escena.
La ventana indiscreta (1954)
En 1955 estrenó Pero ¿quién mató a Harry?, que dio su primera oportunidad y lanzó a la fama a una veinteañera Shirley MacLaine. Era un brillante experimento en el que el misterio y la intriga se mezclaban genialmente con lo cómico, en una combinación de comedia y cine de suspense. A raíz de su nueva nacionalidad estadounidense, obtenida en 1955, firmó un contrato con la productora de televisión CBS para realizar una serie semanal de media hora de duración titulada Alfred Hitchcock presents, que de 1960 a 1965 se siguió realizando para la NBC.
Una segunda versión de El hombre que sabía demasiado (1956), con James Stewart y Doris Day, Falso culpable (The Wrong Man, 1957), con un estelar Henry Fonda, Vértigo (Vertigo, 1958), de nuevo con Stewart, ahora junto a una Kim Novak debutante, y Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959), con Cary Grant y Eva Marie Saint, fueron la serie de filmes archifamosos de la segunda mitad de los años cincuenta. Todas las protagonistas femeninas de Hitchcock empezaban a responder a un mismo prototipo: Kelly, Novak o Saint eran rubias platino, delgadas, dulces, bellas, delicadas, angelicales, finas; toda una propuesta de arquetipo femenino.
La etapa final
En 1960 llegó Psicosis (Psycho), uno de sus éxitos más clamorosos y polémicos. Superando a sus obras anteriores, la película conmocionó la mentalidad de la época e inauguraba el género del suspense de tema psiquiátrico, el llamado thrillerpsicológico. Un jovencísimo Anthony Perkins (interpretando la doble personalidad de Norman Bates), Vera Miles y Janet Leigh formaron el famoso trío protagonista. El rodaje había sido carísimo, pero la recaudación fue tal que Hitchcock, con los beneficios obtenidos, pudo comprar tantas acciones de la Universal como para convertirse en el tercer accionista de la compañía.
Fotogramas de Psicosis (1960)
y Los pájaros (1963)
Las siguientes películas estuvieron marcadas por el descubrimiento de una nueva actriz y musa particular, Tippi Hedren. Con ella rodó dos películas fundamentales en la evolución de su obra, Los pájaros (The Birds, 1963) y Marnie, la ladrona (Marnie, 1964). Parece que el interés a nivel personal del director por la actriz llegó a tal extremo de insistencia, según pudo comprobar todo el equipo del rodaje, que la relación acabó cortada por completo, porque Hitchcock no pudo soportar el rechazo de Hedren y decidió no volver a trabajar con ella. En sus filmes siguientes supeditó su creatividad y su bagaje acumulado a ciertos criterios comerciales y a la colaboración de estrellas consagradas. Así, filmó Cortina rasgada(Torn Curtain, 1966) con Paul Newman y Julie Andrews, y Topaz (1969), películas ambas muy marcadas por el contexto de la guerra fría, en las que se daba un mensaje propagandístico claramente prooccidental y antisoviético.
En 1968, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas le concedió el Memorial Irving G. Thalberg, en compensación del error tremendo de no haberle concedido nunca un Oscar, a pesar de que había sido nominado en cinco ocasiones (por Rebeca, Náufragos, Recuerda, La ventana indiscreta y Psicosis). Una vez más, uno de los mejores directores de la historia del cine se había quedado sin la estatuilla. En el acto de entrega el director se limitó a dar las gracias. Mientras, en Europa, la obra de Hitchcock se había convertido en referencia y guía de toda una nueva generación de directores, entre los que destacaría François Truffaut, de cuyas charlas con el maestro surgió un largo libro en el que el cineasta hablaba extensamente de su vida, del cine y de su obra.
En 1971, con motivo del rodaje de Frenesí (Frenzy, 1972), permaneció en Europa una temporada, durante la cual se le sumaron las dificultades: su salud empezó a empeorar y Alma sufrió un ataque de apoplejía que le afectó el habla. La posibilidad de perder a su esposa aumentó la predisposición de Hitchcock hacia el alcohol. Cuando en 1975 su esposa experimentó una mejoría, recuperó parte de su antiguo vigor y rodó La trama (Family Plot, 1976), su última película.
La trama (1976)
Pero, a sus setenta y seis años, Hitchcock padecía de artritis y su corazón estaba delicado. En 1976 el director sufrió un colapso, y Alma un nuevo ataque de apoplejía. Durante los años siguientes sus colaboradores trataban de mantenerle el ánimo alto y le visitaban con frecuencia, intentando alejarlo de los rumores periodísticos sobre su alcoholismo y su envejecimiento progresivo. Llovían los homenajes: en 1978 recibió el premio a la labor de una vida del American Film Institute; en 1979 fue galardonado como el Hombre del Año por la Cámara de Comercio británico-americana; el mismo año fue nombrado por real decreto caballero comendador del Imperio británico.
Pocos meses después, la mañana del 29 de abril de 1980, moría el maestro y el genio del cine de terror, de suspense y de misterio, un hombre que creó un estilo y un mundo propios como pocos directores lo lograron a lo largo de la historia del cine. Se hallaba preparando ansiosamente, con su rigor y meticulosidad habituales, un nuevo guión de hierro para su película número cincuenta y cuatro, adaptación de la novela de Ronald Kirkbride titulada The short night. Pero Hitchcock, que había dicho "mi amor por el cine es más fuerte que cualquier moral", ya no podía hacer cine.