Llamado el Grande, Médico de la antigua Grecia. nació en la Isla de Cos, actual Grecia, 460 a.C. Según la tradición, Hipócrates descendía de una estirpe de magos de la isla de Cos y estaba directamente emparentado con Esculapio, el dios griego de la medicina. Contemporáneo de Sócrates y Platón, éste lo cita en diversas ocasiones en sus obras. Al parecer, durante su juventud Hipócrates visitó Egipto, donde se familiarizó con los trabajos médicos que la tradición atribuye a Imhotep.
Aunque sin base cierta, se considera a Hipócrates autor de una especie de enciclopedia médica de la Antigüedad constituida por varias decenas de libros (entre 60 y 70). En sus textos, que en general se aceptan como pertenecientes a su escuela, se defiende la concepción de la enfermedad como la consecuencia de un desequilibrio entre los llamados humores líquidos del cuerpo, es decir, la sangre, la flema y la bilis amarilla o cólera y la bilis negra o melancolía, teoría que desarrollaría más tarde Galeno y que dominaría la medicina hasta la Ilustración.
Hipócrates: El padre de la medicina 20/4/21
Para luchar contra estas afecciones, el corpus hipocrático recurre al cauterio o bisturí, propone el empleo de plantas medicinales y recomienda aire puro y una alimentación sana y equilibrada. Entre las aportaciones de la medicina hipocrática destacan la consideración del cuerpo como un todo, el énfasis puesto en la realización de observaciones minuciosas de los síntomas y la toma en consideración del historial clínico de los enfermos.
En el campo de la ética de la profesión médica se le atribuye el célebre juramento que lleva su nombre, que se convertirá más adelante en una declaración deontológica tradicional en la práctica médica, que obliga a quien lo pronuncia, entre otras cosas, a «entrar en las casas con el único fin de cuidar y curar a los enfermos», «evitar toda sospecha de haber abusado de la confianza de los pacientes, en especial de las mujeres» y «mantener el secreto de lo que crea que debe mantenerse reservado».
Aunque inicialmente atribuida en su totalidad a Hipócrates, la llamada colección hipocrática es en realidad un conjunto de escritos de temática médica que exponen tendencias diversas, que en ciertos casos pueden incluso oponerse entre sí. Estos escritos datan, por regla general, del período comprendido entre los años 450 y 350 a.C., y constituyen la principal fuente a través de la cual es posible hoy hacerse una idea de las prácticas y concepciones médicas anteriores a la época alejandrina.
En esta colección, la llamada «Antigua medicina» es uno de los tratados más antiguos y más célebres y en él sugiere el autor, entre otras propuestas, investigar el origen del arte que practica, origen que halla en el deseo de ofrecer al ser humano un régimen de vida y, en especial, una forma de alimentación que se adapte de una manera completamente racional a la satisfacción de sus necesidades más inmediatas. Por este motivo, considera por ejemplo el aprendizaje de la correcta cocción de los alimentos como una primera manifestación de la búsqueda de una existencia mejor.
Por otro lado, los textos de la colección hipocrática demuestran sin lugar a dudas que la práctica de la observación precisa no era en el conjunto de la medicina griega una conquista de la época clásica, sino que más bien constituía una tradición sólidamente afianzada en el pasado y que a mediados del siglo V había alcanzado ya un notable nivel de desarrollo.
Hipócrates falleció en Larisa, actual Grecia, 370 a.C.
Medico, jurista y filósofo hispanoárabe. De familia muy distinguida, nacio en Cordoba el 14 de abril de 1126, su padre había sido cadí de Córdoba durante cierto tiempo. Su abuelo (que llevaba el mismo nombre que él, Abu l-Walid Muhammad), había desempeñado este cargo durante largo tiempo, y había sido luego una autoridad en derecho malikita y consejero de varios soberanos y príncipes
Averroes continuó la tradición jurídica de la familia y alcanzó, siendo muy joven, fama de gran jurisconsulto, apoyada en el libro Punto de partida del jurista supremo y de llegada del jurista medio. Estudió al mismo tiempo teología y materias literarias. Hasta este momento no había salido de los programas ordinarios escolares de su tiempo; pero no paró aquí y se dio a conocer al mismo tiempo como médico de gran valor.
Averroes, el gran filósofo cordobés del siglo XII . 14/4/21
Además de medicina, estudió astronomía en el Almagesto, del que hizo un compendio, y filosofía, en la que le iniciaron, sobre todo, las obras de Ibn Bayya, el filósofo hispanoárabe muerto en 1139, conocido en Europa con el nombre de Avempace. Conoció, pues, todo lo conocido en su tiempo y en su ambiente, y a lo largo de su vida no dejó de profundizar, no sólo con nuevas lecturas, sino también con reflexiones y observaciones directas; tanto, que uno de sus biógrafos dice de él que desde la edad de la razón hasta su muerte no cesó de estudiar, salvo el día de su boda y el de la muerte de su padre.
El primer califa almohade 'Abd al-Mumin (1130-1163) le confió varias misiones; su sucesor Yusuf (1163-1184) lo tuvo en gran estima. El soberano era entendido en filosofía y planteó problemas de esta disciplina a Averroes cuando le fue presentado por el médico de la corte Ibn Tufayl, otro filósofo hispanoárabe conocido en Occidente por la novela místico-filosófica Hayy ibn Yaqzan.
Al principio, Averroes se mostró reticente, porque conocía (y tendría amarga experiencia de ello al fin de su vida) los riesgos de profesar la filosofía en un ambiente que tendía a identificarla con la herejía; pero cuando vio que el mismo califa planteaba un tema arriesgado, ya no vaciló y conquistó con su doctrina el ánimo de su interlocutor, quien le regaló una gran suma, un suntuoso abrigo de pieles y una bella cabalgadura. Lo nombró además médico de corte y le confió, en España y en Marruecos, una serie de misiones que culminaron en 1182 con el nombramiento de cadí de los cadíes de Córdoba.
Bajo el reinado del sucesor de Yusuf, Yaqub al-Mansur (1184-1199), continuaron los honores; pero en 1195, el califa, cediendo a las presiones de los teólogos y de los canonistas, que veían en las ciencias profanas, y sobre todo en la filosofía, un peligro para la religión, publicó un decreto contra los cultivadores de estas disciplinas y confinó en Lucena, arrabal situado a poca distancia de Córdoba, a su protegido, que había sufrido el disgusto de ver cómo se quemaban sus obras en la plaza pública y de verse expulsado, juntamente con su amigo Ibn Zuhr (Avenzoar), de la mezquita por la plebe fanatizada. Tres años después, el califa revocó sus edictos y volvió a llamar junto a sí a Averroes, que murió pocos meses después el 10 de diciembre de 1198 en Marrakesh.
La filosofía de Averroes
Averroes fue conocido en Occidente como "el Comentador" por haber traducido y divulgado las obras de Aristóteles. De entre sus numerosas obras, destacan precisamente los Comentarios a Aristóteles, de los cuales existen el Comentario mayor (1180), en el que explica frase por frase el corpus aristotélico; el Medio, en el que explica el conjunto de los textos, y el Pequeño comentario o paráfrasis (1169-78), que resumía su significado general. También comentó La república de Platón.
Entre las grandes inquietudes de Averroes destacó la de delimitar las relaciones entre filosofía y religión. Para Averroes, la religión verdadera se encuentra en la revelación contenida en los libros sagrados hebreos, cristianos y musulmanes. Pero libros como el Corán, aun siendo base de la religión verdadera, están dirigidos a todos los hombres, y no todos tienen la misma capacidad de comprensión. La verdad auténtica sólo la alcanzan los filósofos, que basan sus conocimientos en demostraciones rigurosas y absolutamente lógicas. Es obligación de los filósofos descubrir, más allá del sentido literal del libro sagrado, la idea oculta bajo las imágenes y los símbolos.
Así, el Corán ofrece una religión natural, de acuerdo con las enseñanzas de la experiencia común, y capaz de ser entendida por la mayoría de la gente que no va más allá de la imaginación en su forma de entender. En este contexto se ubican las dos pruebas sobre la existencia de Dios propuestas en el Corán. Primera: el mundo no puede deberse al azar, sino que es obra de un creador, porque todo él está adaptado y ordenado para mantener la vida del hombre, de los animales y de las plantas. Todo lo que existe está orientado al servicio del hombre. La segunda: la admirable disposición y coordinación de todas las cosas entre sí exige un creador. Esto constituye la religión natural a la cual podrían haber llegado los hombres a través de las cosas sensibles, con la sola fuerza de su razón, aunque con mucho trabajo, después de largo tiempo y con riesgo de muchos errores.
Pero el Corán ofrece también otras doctrinas reveladas, y su originalidad respecto a otros libros sagrados consiste en que ha expuesto los tres principios esenciales de toda religión en un lenguaje asequible a todos los hombres; es decir, en el nivel de la imaginación. Esos tres principios son: la creencia en Dios creador del mundo, la creencia en la existencia de los ángeles y en la misión de los profetas, y la creencia en la vida del más allá con el premio o castigo correspondiente a cada uno. Esta enseñanza se dirige a todos los hombres. Pero a los filósofos y científicos no les ofrece ideas concretas, sino "sugerencias" en torno a una realidad suprasensible que deben desarrollar.
El eje de la filosofía de Averroes es la diferenciación entre el conocimiento humano y el divino. El conocimiento humano, basado en las cosas sensibles, es de los sentidos y de la imaginación; no es un conocimiento objetivo, el cual se define como "unidad e identidad perfecta bajo todo aspecto entre el sujeto y el objeto". El conocimiento humano mantiene necesariamente una inevitable pluralidad al no estar nunca los inteligibles totalmente desligados de las formas imaginativas. Además es incompleto, porque no capta la esencia de las cosas, sino sólo los "accidentes" de las sustancias.
El conocimiento divino intuitivo, por el contrario, no depende de las cosas exteriores a la mente, sino que las cosas dependen de su conocimiento, que es la causa y razón de la existencia de ellas, y abarca la infinidad de todas juntas. No se basa en la multiplicidad debida a la clasificación de los seres, sino en la unidad orgánica de la esencia de los seres, en cada uno de los cuales se manifiesta la sabiduría divina, unidos entre sí según un orden y coherencia. Dios, conociéndose a sí mismo, produce las cosas, y ese conocimiento es en sí la concreta realidad objetiva del mundo.
Al doble conocimiento corresponden dos modos en la realidad. La realidad nouménica del universo es el objeto del conocimiento intuitivo divino. Ese conocimiento divino es a la vez idéntico a Dios, porque la actividad cognoscitiva de Dios es la misma actividad productora del mundo. En esta realidad nouménica el mundo es una creación continua de la fuerza inmanente en él.
El otro modo es la realidad fenoménica, objeto del conocimiento discursivo cuya mayor realización se da en la filosofía griega con Platón y Aristóteles. Según Averroes, el mérito de estos filósofos está en haber reconocido la necesidad de la existencia de una realidad nouménica superior (principio supremo, Dios), pero erraron al hablar de ese primer principio en términos derivados del conocimiento empírico. No se puede pensar en la voluntad divina al modo de los agentes de la realidad fenoménica. Averroes señala su posición al respecto en esta escueta afirmación: "Dios conoce las cosas no porque tenga un determinado atributo, sino porque éstas son producidas por él en cuanto él las conoce". O sea, que la actividad cognoscitiva de Dios es por sí misma creadora del mundo.
Siendo el conocimiento de Dios el origen del mundo, está claro que éste, lo mismo que su hacedor, no puede tener principio ni fin. Es nuestra mente quien concibe el principio y el fin del mundo, al considerar la realidad bajo la categoría subjetiva del tiempo. Averroes trata el problema de la distinción entre tiempo verdadero (tiempo-duración) y tiempo abstracto (tiempo-medida) en su breve tratado Solución al problema: creación o eternidad del mundo. El tiempo verdadero no se compone de momentos temporales separados por un principio y un fin. Debe ser considerado, más bien, como una circunferencia en la que todo punto es al mismo tiempo principio y fin de un arco. El tiempo abstracto es el tiempo abstraído de la realidad del mundo, que se le aplica como medida, y es representado como línea recta (ya sea ésta finita o infinita).
Averrroes sostuvo además el monopsiquismo, es decir, la existencia de una sola mente (alma) supraindividual y universal, de la que la inteligencia (psique) sería una simple y provisional manifestación. Es decir: el hombre no posee un alma propia, sino que participa, hasta que muere, del alma colectiva. Contrariamente a las enseñanzas del cristianismo y del islam, desde el punto de vista del individuo no existe ninguna esperanza de eternidad: el alma individual está destinada a morir con el cuerpo.
Nociones como ésta valieron a Averroes una condena de exilio (en 1195) y suscitarían la sospecha de herejía en el averroísmo latino, orientación filosófica difundida después de 1270 en Occidente y muy particularmente en París, gracias a las enseñanzas de Siger de Brabante. En 1277, el arzobispo Stefano Tempier condenó 219 tesis sostenidas por aristotélicos averroistas, empezando así una polémica filosófica que no terminaría hasta el Renacimiento.
La orientación averroísta que elevaba a Aristóteles a la categoría de auctoritas incluso por encima de la Biblia se difundiría a partir del siglo XIII entre las magistri artium, los profesores de formación laica que controlaban en las universidades la enseñanza de las scientiae (aritmética, música, geometría) y de la scientia prima, la metafísica aristotélica. El choque entre estos intelectuales y la ortodoxia religiosa alcanzó su cima con el Tomismo, pero a pesar de la influencia de Santo Tomás de Aquino (para quien Averroes había desfigurado las enseñanzas de Aristóteles), el espíritu del Averroísmo sobrevivió en la tradición aristotélica del Renacimiento (en particular en Pietro Pomponazzi). Su llamada a la superioridad de la razón sobre la fe, al valor de la filosofía natural (la práctica científica) en oposición a la teología, se convirtió en un importante regulador de la mentalidad científica moderna. En Oriente, en cambio, la filosofía de Averroes pasó prácticamente desapercibida.
Fue uno de los lideres de la Revolución mexicana, conocido como el "Caudillo del Sur" En el complejo desarrollo de la Revolución mexicana de 1910, los llamados líderes agraristas recogieron las justas aspiraciones de las clases rurales más humildes, que se habían visto abocadas a la miseria por una arbitraria política agraria que los desposeía de sus tierras. De todos ellos, Emiliano Zapata sigue siendo el más admirado.
Frente a la ambición sin escrúpulos o la inconsistencia ideológica de Pancho Villa o Pascual Orozco, y frente a una idea de revolución más ligada a la guerra por el poder que a la transformación social, Emiliano Zapata se mantuvo fiel a sus ideales de justicia y dio absoluta prioridad a las realizaciones efectivas. Desgraciadamente, esa misma firmeza y constancia frente a los confusos vientos revolucionarios determinaron su aislamiento en el estado de Morelos, donde acometió fecundas reformas desde una posición de virtual independencia que ningún gobierno podía tolerar. Su asesinato, instigado desde la presidencia, conllevó la rápida disolución de su obra y la exaltación del líder, que entraría en la historia como uno de los grandes mitos revolucionarios del siglo XX.
Biografía
Miembro de una humilde familia campesina, era el noveno de los diez hijos que tuvieron Gabriel Zapata y Cleofás Salazar, de los que sólo sobrevivieron cuatro. En cuanto a la fecha de su nacimiento, no existe acuerdo total; la más aceptada es la del 8 de agosto de 1879, pero sus biógrafos señalan otras varias: alrededor de 1877, 1873, alrededor de 1879 y 1883. Emiliano Zapata trabajó desde niño como peón y aparcero y recibió una pobre instrucción escolar. Quedó huérfano hacia los trece años, y tanto él como su hermano mayor Eufemio heredaron un poco de tierra y unas cuantas cabezas de ganado, legado con el que debían mantenerse y mantener a sus dos hermanas, María de Jesús y María de la Luz.
Emiliano Zapata película de Antonio Aguilar 8/8/21
Su hermano Eufemio vendió su parte de la herencia y fue revendedor, buhonero, comerciante y varias cosas más. En cambio, Emiliano permaneció en su localidad natal, Anenecuilco, donde, además de trabajar sus tierras, era aparcero de una pequeña parte del terreno de una hacienda vecina. En las épocas en que el trabajo en el campo disminuía, se dedicaba a conducir recuas de mulas y comerciaba con los animales que eran su gran pasión: los caballos. Cuando tenía alrededor de diecisiete años tuvo su primer enfrentamiento con las autoridades, lo que le obligó a abandonar el estado de Morelos y a vivir durante algunos meses escondido en el rancho de unos amigos de su familia.
Emiliano Zapata (derecha) con su hermano Eufemio y sus esposas
Una de las causas de Revolución mexicana fue la nefasta política agraria desarrollada por el régimen de Pofirio Díaz, cuya dilatada dictadura da nombre a todo un periodo de la historia contemporánea de México: el Porfiriato (1876-1911). Al amparo de las inicuas leyes promulgadas por el dictador, terratenientes y grandes compañías se hicieron con las tierras comunales y las pequeñas propiedades, dejando a los campesinos humildes desposeídos o desplazados a áreas casi estériles. Se estima que en 1910, año del estallido la Revolución, más del noventa por ciento de los campesinos carecían de tierras, y que alrededor de un millar de latifundistas daba empleo a tres millones de braceros.
Emiliano Zapata, El amor a la tierra 10/4/21
Tal política condenaba a la miseria a la población rural y, aunque era un mal endémico en todo el país, revistió particular gravedad en zonas como el estado de Morelos, donde los grandes propietarios extendían sus plantaciones de caña de azúcar a costa de los indígenas y los campesinos pobres. En 1909, una nueva ley de bienes raíces amenazaba con empeorar la situación. En septiembre del mismo año, los alrededor de cuatrocientos habitantes de la aldea de Zapata, Anenecuilco, fueron convocados a una reunión clandestina para hacer frente al problema; se decidió renovar el concejo municipal, y se eligió como presidente del nuevo concejo a Emiliano Zapata.
Tenía entonces treinta años y un considerable carisma entre sus vecinos por su moderación y confianza en sí mismo; pasaba por ser el mejor domador de caballos de la comarca, y muchas haciendas se lo disputaban. Como presidente del concejo, Zapata empezó a tratar con letrados capitalinos para hacer valer los derechos de propiedad de sus paisanos; tal actividad no pasó desapercibida, y posiblemente a causa de ello el ejército lo llamó a filas. Tras un mes y medio en Cuernavaca, obtuvo una licencia para trabajar como caballerizo en Ciudad de México, empleo en el que permaneció poco tiempo.
Emiliano Zapata (1911)
De regreso a Morelos, Emiliano Zapata retomó la defensa de las tierras comunales. En Anenecuilco se había iniciado un litigio con la hacienda del Hospital, y los campesinos no podían sembrar en las tierras disputadas hasta que los tribunales resolvieran. Emiliano Zapata tomó su primera decisión drástica: al frente de un pequeño grupo armado, ocupó las tierras del Hospital y las distribuyó entre los campesinos. La atrevida acción tuvo resonancia en los pueblos cercanos, pues en todas partes se daban situaciones similares; Zapata fue designado jefe de la Junta de Villa de Ayala, localidad que era la cabeza del distrito al que pertenecía su pueblo natal.
La Revolución mexicana
La política agraria y las abismales desigualdades sociales que trajo consigo el Porfiriato figuran entre las causas profundas de la Revolución mexicana, pero su detonante inmediato fue la decisión de Porfirio Díaz de presentarse a las elecciones de 1910. Tales "elecciones" eran en realidad una farsa pseudodemocrática para prolongar otros seis años su mandato; el viejo dictador, tras reprimir y eliminar la libertad de prensa y cualquier atisbo de disidencia política, mantenía el formalismo de hacerse reelegir periódicamente.
Francisco I. Madero, fundador del Partido Antirreeleccionista (formación política que aspiraba precisamente a interrumpir esa perpetuación), había presentado su candidatura a la elecciones de 1910, pero fue perseguido y obligado a exiliarse. Comprendiendo la inutilidad de la vía democrática, Francisco Madero lanzó desde el exilio el Plan de San Luis, proclama política en la que llamaba al pueblo mexicano a alzarse en armas contra el dictador el 20 de noviembre de 1910, fecha de inicio de la Revolución mexicana. La clave del éxito de su llamamiento en las zonas rurales radicaba en el punto tercero del Plan, que contemplaba la restitución a los campesinos de las tierras de que habían sido despojados durante el Porfiriato.
En Morelos, muchos se sumaron de inmediato a la insurrección; no fue el caso, sin embargo, de Zapata. No confiaba plenamente en las promesas del Plan de San Luis, y quería previamente ver reconocidos y legitimados con nombramientos los repartos de tierras que había efectuado al frente de la Junta de Villa de Ayala. Para la dirección del levantamiento en Morelos, Francisco Madero escogió a Pablo Torres Burgos; tras ser nombrado coronel por Pablo Torres, Zapata se adhirió al Plan de San Luis y en marzo de 1911, a la muerte de Torres, fue designado «jefe supremo del movimiento revolucionario del Sur».
Con ese rango tomó en mayo la ciudad de Cuautla, punto de partida para extender su poder sobre el estado, y procedió a distribuir las tierras en la zona que controlaba. En el resto del país, mientras tanto, se extendía y triunfaba rápidamente la Revolución: el ejército del dictador fue derrotado en apenas seis meses. En mayo de 1911, Porfirio Díaz partió al exilio después de traspasar el poder a Francisco León de la Barra, que asumió interinamente la presidencia (mayo-noviembre de 1911) hasta la celebración de las elecciones.
El Plan de Ayala
Tras la caída de la dictadura de Porfirio Díaz, y ya durante la presidencia interina de León de la Barra, surgieron prontamente las discrepancias entre Zapata, quien reclamaba el inmediato reparto de las tierras de las haciendas entre los campesinos, y Francisco Madero, que por su parte exigía el desarme de las guerrillas. Finalmente, Zapata aceptó el licenciamiento y desarme de sus tropas, con la esperanza de que la elección de Madero como presidente abriera las puertas a la reforma.
Pero, pese al triunfo revolucionario, buena parte de la maquinaria del régimen seguía en manos de antiguos porfiristas (comenzando por León de la Barra), que ocupaban altos cargos en la administración y en el teóricamente vencido ejército. Cuando, en julio de 1911, gran parte de los zapatistas habían entregado las armas, empezó el acoso del ejército sobre los campesinos y luego sobre el propio Zapata, que escapó por poco a su detención; a lo largo de aquel verano, las tropas gubernamentales echaron por tierra la obra de Zapata, pero su acción unió en su contra a los campesinos que, tomando de nuevo las armas, recuperaron posiciones y resultaron a la postre fortalecidos.
Emiliano Zapata (Cuernavaca, 1911)
En noviembre de 1911, Francisco I. Madero resultó elegido y accedió a la presidencia (1911-1913). Zapata esperaba que el nuevo gobierno asumiría sus compromisos en materia agraria; pero Madero, sometido a la presión del ejército y de los sectores reaccionarios, hubo de exigir de nuevo la entrega de las armas. Ante el fracaso de nuevas conversaciones, Zapata elaboró en noviembre del mismo año el Plan de Ayala, en el que declaraba a Madero incapaz de cumplir los objetivos de la revolución (particularmente, la reforma agraria) y anunciaba la expropiación de un tercio de las tierras de los terratenientes a cambio de una compensación, si se aceptaba, y por la fuerza en caso contrario. Los que se adhirieron al plan, que eligieron como jefe de la revolución a Pascual Orozco, enarbolaron la bandera de la reforma agraria como prioridad y solicitaron la renuncia del presidente.
El resultado de ello fueron nuevos y continuos enfrentamientos armados; las fuerzas gubernamentales obligaron a Zapata a retirarse a Guerrero; el gobierno controlaba las ciudades, y la guerrilla se fortalecía en las áreas rurales. Pero ni la brutalidad inicial ni los gestos reformistas encaminados a restarle apoyo lograrían debilitar el movimiento zapatista.
Contra Huerta y Carranza
Atrapado entre los revolucionarios agraristas y los porfiristas reaccionarios, e incapaz de satisfacer a nadie, el presidente legítimo difícilmente podía sostenerse durante mucho tiempo. Madero cayó víctima de la traición de un antiguo militar porfirista, Victoriano Huerta, general de su confianza prestigiado por su victoria sobre Pascual Orozco. En febrero de 1913, con el apoyo de Estados Unidos, Huerta derrocó a Madero (al que mandó ejecutar) e instauró una férrea dictadura contrarrevolucionaria (1913-1914). Con Huerta en el poder, los ataques del ejército gubernamental sobre los zapatistas se recrudecieron, pero sin éxito. Nombrado jefe de la revolución en detrimento de Orozco, que había sido declarado traidor, Emiliano Zapata frenó la ofensiva huertista y fortaleció su posición en el estado de Morelos.
Mientras tanto, en el resto del país, la traición del usurpador Huerta suscitó el unánime rechazo de los revolucionarios. El gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, se erigió en el líder de los constitucionalistas, cuyo primer objetivo era expulsar a Huerta y restablecer la legalidad constitucional; Carranza obtuvo el apoyo de Pancho Villa, que lideraba a los revolucionarios agraristas del norte. Entre ambos lograron derrotar a Victoriano Huerta en julio de 1914.
El apoyo de Zapata había sido más tácito que efectivo, pues exigía a Carranza la aceptación del Plan de Ayala, que no llegó a producirse. Por otra parte, las campañas contra Huerta habían provocado numerosas fricciones entre figuras de tan distinto ideario y condición como Venustiano Carranza, un político procedente de la abogacía, y Pancho Villa, un popular bandolero convertido en revolucionario. Vencido Huerta, el país quedaba en manos de tres dirigentes escasamente afines.
Pancho Villa y Emiliano Zapata en el Palacio Presidencial (1914)
Venustiano Carranza aspiraba a asumir la presidencia y continuar la labor reformista de Madero. Consciente de las dificultades, convocó una convención en busca de acuerdos, pero sólo logró unir, momentáneamente, a los agraristas: en la Convención de Aguascalientes (octubre de 1914) se concretó la alianza de Zapata y Pancho Villa, representantes del revolucionarismo agrario, contra Carranza, de tendencia moderada. Carranza no tuvo más remedio que abandonar la recientemente ocupada Ciudad de México y retirarse a Veracruz, donde estableció su propio gobierno.
Poco después, en noviembre de 1914, Zapata y Villa entraron en la capital, pero su incapacidad política para dominar el aparato del Estado y las diferencias que surgieron entre los dos caudillos, a pesar de que Villa había aceptado el plan de Ayala, alentaron la reacción de Carranza. La ambición de Villa produjo la ruptura casi inmediata de su coalición con Zapata, el cual se retiró a Morelos y concentró su acción en la reconstrucción de su estado, que vivió dieciocho meses de auténtica paz y revolución agraria mientras luchaban villistas y carrancistas.
El aporte de algunos intelectuales, como Antonio Díaz Soto y Gama y Rafael Pérez Taylor, dio solidez ideológica al movimiento agrarista, y ello permitió a los zapatistas organizar administrativamente el espacio que controlaban. En este sentido, el gobierno de Zapata creó comisiones agrarias, estableció la primera entidad de crédito agrario en México e intentó convertir la industria del azúcar de Morelos en una cooperativa. William Gates, enviado de Estados Unidos, destacó el orden de la zona controlada por Zapata frente al caos de la zona ocupada por los carrancistas.
Últimos años
Sin embargo, la guerra proseguía; en 1915, la derrota de Villa permitió que Carranza centrara sus ataques contra Zapata, que por su dedicación exclusiva a Morelos carecía de proyección nacional. En febrero de 1916, Zapata autorizó conversaciones entre representantes suyos y el general Pablo González, a quien Carranza había encomendado la recuperación de Morelos. Estas conversaciones terminaron en fracaso y, al frente de sus tropas, González se adentró en Morelos. En junio de 1916 tomó el cuartel general de Zapata, el cual reanudó la guerra de guerrillas y logró recuperar el control de su estado en enero de 1917.
Emiliano Zapata
Tras esta nueva victoria, Zapata, que preveía erróneamente la inmediata caída de Carranza, llevó a la práctica un conjunto de avanzadas medidas políticas, agrarias y sociales, tanto para incrementar su base en Morelos como para buscar apoyos en el resto de México. En diciembre de 1917, Carranza ordenó a Pablo González una nueva ofensiva, que tomó ahora otro talante, buscando la negociación y la aceptación de las nuevas leyes del gobierno, pero los avances fueron exiguos.
Ante la imposibilidad de acabar con el movimiento y la amenaza que Zapata suponía para el gobierno federal (en la medida en que radicales de otros estados podían seguir su ejemplo), Carranza y González urdieron un plan para asesinar a Zapata. Haciéndole creer que iba a pasarse a su bando y que les entregaría municiones y suministros, el coronel Jesús Guajardo, que dirigía las operaciones gubernamentales contra él, logró atraer a Zapata a un encuentro secreto en la hacienda de Chinameca, en Morelos. Cuando Zapata, acompañado de diez hombres, entró en la hacienda el 10 de abril de 1919, los soldados que fingían presentarles armas lo acribillaron a quemarropa.
Pablo González trasladó el cuerpo a Cuautla y ordenó fotografiar y filmar el cadáver para evitar que se dudase de su muerte. Pero, igualmente, muchos de sus paisanos y correligionarios no creyeron que hubiera muerto. Unos decían que era demasiado listo para caer en la trampa y que había enviado a un doble; otros encontraban a faltar una característica en el cadáver exhibido.
Genovevo de la O sucedió al fallecido líder al frente del movimiento, pero la guerrilla perdió de inmediato su fuerza e independencia política al apoyar a Álvaro Obregón, que derrocó a Carranza y asumió la presidencia (1920-1924). Aunque varios de los principios del movimiento zapatista fueron formalmente recogidos en las primeras legislaciones revolucionarias mexicanas (empezando por la Constitución de 1917), ni Venustiano Carranza ni sus sucesores, que ejercerían la presidencia a la sombra del influyente Plutarco Elías Calles, los llevarían a sus últimas consecuencias; hubo que esperar a la llegada de un estadista de la talla de Lázaro Cárdenas (1934-1940) para asistir a decididas políticas de redistribución de la propiedad agrícola.