Compositor y director de orquesta alemán, cuya larga trayectoria abarca desde el romanticismo tardío hasta la primera mitad del siglo XX. Es conocido particularmente por sus óperas, poemas sinfónicos y lieder. Ocupa un lugar de gran relieve en la historia musical
de nuestro tiempo. Nacio en Múnich el 11 de junio de 1864. Hijo de un solista de la orquesta de la ópera de
Munich, empezó a aprender música a los cuatro años de edad. A los siete
años escribía sus primeras composiciones. En 1875 tomó sus primeras
lecciones de composición de W. Meyer. Desde 1874 a 1882 cursó la segunda
enseñanza y luego se matriculó en la Universidad.
Hans von Bülow le llamó en 1885 para colaborar
con él en la dirección del teatro de corte de Meiningen. Allí trabó
amistad con A. Ritter, que ejerció una influencia decisiva en el joven
músico y le convirtió al arte de Liszt y de Wagner. En 1886, después de
un viaje a Italia, Strauss fue nombrado director adjunto de la ópera de
Munich. Durante aquellos años compuso numerosos lieder y los poemas
sinfónicos Macbeth y Don Juan. De 1889 a 1894 fue director de orquesta en el teatro de Weimar; de esta época datan el poema sinfónico Muerte y transfiguración y su primera obra teatral: Guntram.
Después
de viajar por Grecia, Egipto y Sicilia (1892-93), Richard Strauss fue
sucesivamente director de la Ópera de Munich y de la de Berlín
(1898-1919). Sus notables poemas sinfónicos ya le habían dado celebridad
cuando afirmó con Salomé su concepción "sinfónica" de la obra
teatral, que ilustró con producciones posteriores. Strauss, que como
director de orquesta triunfó en las grandes capitales del mundo entero,
fue codirector de la ópera de Viena desde 1919 a 1924. Pasó sus últimos
años en Garmisch, donde murió el 8 de septiembre de 1949
La obra de Richard Strauss
Sus primeros gustos musicales estuvieron orientados por
su padre, enemigo implacable del wagnerismo, corriente a la que oponía
el formalismo de Mozart, Joseph Haydn y Felix Mendelssohn.
Influido por su progenitor, el joven Strauss, a sus dieciséis años,
llegó a decir: "Dentro de diez años nadie sabrá quién es Wagner". Esta
circunstancia, pura anécdota, no deja de ser curiosa si tenemos en
cuenta el posterior devenir de los acontecimientos, con la evolución de
la obra straussiana hacia el wagnerismo. De la misma, y aunque no son
nada desdeñables sus obras de cámara y corales, despuntan por encima de
todo lo demás los poemas sinfónicos y, por supuesto, las óperas.
En los primeros, Strauss combinó una elevada
inspiración poética con unas hábiles resoluciones técnicas, sobre todo
en el terreno orquestal. El primero de sus grandes Tondichtungen ("Poemas sonoros") y su primera obra maestra verdadera, después de la fantasía sinfónica Aus Italien (1886), fue Don Juan (1888-1889), en el que se advierte la influencia de Richard Wagner y Franz Liszt. Incomprendido por la crítica fue el poema sinfónico que siguió, Muerte y transfiguración
(1888-1889), calificado el día de su estreno como una "horrible batalla
de disonancias", a pesar de su certera paleta orquestal y su compacta
construcción.
Las divertidas travesuras de Till Eulenspiegel
(1894-1895) fue su siguiente obra programática, basada en las
peripecias de un pícaro personaje de la Alemania del siglo XIV. Ésta
daría paso, un año más tarde, a su inmortal y cinematográficamente
célebre Así habló Zaratustra (1895-1896), libremente inspirado en la obra del mismo título del filósofo Friedrich Nietzsche. El cineasta Stanley Kubrick incluyó su conocidísimo inicio en la banda sonora de su película 2001: una odisea en el espacio.
Richard Strauss - Also sprach Zarathustra, Op. 30 . 11/6/20
Sólo dos poemas sinfónicos más iba a componer Strauss: Don Quijote (1896-1897), para violoncelo y orquesta, según el esquema de un tema y variaciones, y Una vida de héroe
(1897-1898), de índole autobiográfica, asombroso alarde de toda su
ciencia orquestal. No podemos olvidar dos sinfonías de clara inspiración
programática emparentadas con el poema sinfónico, como son la Sinfonía doméstica (1902-1903) y la Sinfonía alpina (1911-1915).
Inaugurado el siglo XX, Strauss iba a centrar sus
mayores esfuerzos en la ópera, convirtiéndose en uno de los compositores
que mayores aportaciones ha hecho al género lírico: entre 1894 y 1942
compuso quince óperas, que evolucionan desde el wagnerismo militante de
las dos primeras, Guntram (1892-1893) y Feuersnot
(1900-1901), hasta un cierto agotamiento en las últimas, pasando por una
etapa intermedia repleta de verdaderas obras maestras.
Sería en 1905 cuando el compositor alemán daría su primera obra cumbre dentro del género lírico: Salomé.
Tras algunos problemas para llevar a cabo el estreno, especialmente por
parte de la censura y de los cantantes, éste se produjo y Salomé
pasó a ser uno de los hitos fundamentales del repertorio operístico.
Sin dejar en ningún momento que el nivel decayera, Strauss compuso Elektra (1906-1908), obra con que iniciaría la fructífera colaboración con el libretista Hugo von Hofmannsthal.
Fruto de este binomio fue también El caballero de la rosa,
estrenada en 1911 y radicalmente opuesta a su predecesora, puesto que a
la agresividad de la primera se opone la frescura de la segunda,
inspirada en el modelo mozartiano. Dejando a un lado la vía abierta por Salomé y Elektra, Richard Strauss compuso en 1912 la primera versión de la sutil Ariadna auf Naxos. La ruptura con su estilo "elektrificante" (como se calificaba la música de Elektra en caricaturas de la época) se ratifica con su ópera de atmósfera maravillosa La mujer sin sombra (1914-1918).
Aun sin ser desdeñables, son mucho menos relevantes las óperas compuestas por Strauss a partir de 1920: Intermezzo (1918-1923), Elena de Egipto (1923-1927), La mujer callada (1933-1934), Día de paz (1935-1936), Dafne (1936-1937) o El amor de Dánae (1938-1940) son los títulos menores de la producción lírica straussiana de los últimos años. Sólo Arabella (1929-1932) y Capriccio
(1940-1941) son escenificadas esporádicamente en la actualidad. En la
primera de ellas, la última con libreto de Hofmannsthal, Strauss regresa
a la Viena de El caballero de la rosa; la segunda fue la
postrera de las que compuso, ya octogenario. Se trata de una hermosa
obra en la que se plantea el dilema, nunca resuelto, entre la supremacía
de la palabra o la de la música dentro de la ópera.
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