Príncipe mongol, guerrero y conquistador, que logró fundar el
primer Imperio Mongol tras la unificación de las tribus nómadas de esta
etnia convirtiéndolo en el imperio contiguo más extenso de la historia (del tamaño de África). Un imperio que nació de la nada. Quien estaba llamado a forjar el más vasto imperio que
ha conocido la humanidad nació el 16 de abril de 1162 en las desoladas estepas de Mongolia,
allí donde el frío y el viento hacen a los hombres duros como el
diamante, insensibles como las piedras y tenaces como la hierba áspera
que crece bajo la nieve helada. El pueblo mongol era uno de los pueblos
nómadas más pequeños que vagaban con sus rebaños por los confines del
desierto de Gobi, en busca de pastos. Cada uno tenía su propio kan o príncipe, encargado de cuidar que en su territorio reinase un cierto orden.
Los kiutes, tribus del suroeste del lago Baikal, habían
elegido como jefe a Yesugei, quien había conseguido reunir bajo su mando
unas cuarenta mil tiendas. Al volver de una batalla contra los
tártaros, el guerrero se encontró con que su favorita, Oelon-Eke (Madre
Nube), le había dado un heredero, al que llamaron Temujin. El niño tenía
en la muñeca una mancha encarnada, por lo que el chamán pronosticó que
sería un famoso guerrero. Años después, en efecto, Temujin se
convertiría en Gengis Kan, el célebre conquistador mongol. Su nacimiento
figura en los anales chinos en el año 1162, Año del Caballo.
EL Imperio MONGOL " Gengis Kan " - Documental 18/8/20
Tenía nueve años cuando su padre, según la costumbre
mongólica, lo llevó consigo en una larga marcha para buscarle esposa.
Atravesaron las vastas estepas y el desierto de Gobi, y llegaron a la
región donde vivían los chungiratos, lindando con la muralla china. Allí
encontraron a Burte, una niña de su edad que, según la tradición, sería
«la esposa madre que le fue entregada por su noble padre».
Documental: Genghis Khan el conquistador mongol 18/8/21
El destino de Temujin sufrió un grave revés cuando
Yesugei, su padre, murió envenenado por los tártaros. Tenía entonces
trece años y tuvo que asistir a la ruina de los suyos, ya que las tribus
que se habían reunido alrededor de su padre comenzaron a desertar, pues
no querían prestar obediencia a una mujer ni a un muchacho. Pronto
Oelon-Eke se vio sola con sus hijos. Tenían que reunir ellos mismos el
mermado rebaño que les quedaba, y comer pescado y raíces en lugar de la
dieta habitual de carnero y leche de yegua. Fue una época de verdadera
penuria en la que un tejón constituía una pieza de enorme valor, por la
que los hermanos podían enfrentarse a muerte entre sí.
La
situación se agravó aún más cuando la familia se vio atacada por el
jefe de la tribu de los taieschutos, Tartugai, quien le condujo a su
campamento amordazado por un pesado yugo de madera al cuello y vendado
por las muñecas para ser vendido como esclavo. Temujin pudo liberarse
una noche: derribó a su guardián y le aplastó el cráneo con el yugo, y
se escondió en el cauce seco de un arroyo del que no salió hasta el
amanecer. Después de convencer a un cazador errante para que le liberase
del yugo y le ocultase por un tiempo prudente, Temujin pudo regresar a
su campamento. Esta hazaña le dio gran fama entre los demás clanes, y de
todas partes comenzaron a llegar jóvenes mongoles para unirse a él.
Representación de Gengis Kan sobre un tapiz |
La
vida de Gengis Kan es una serie ininterrumpida de batallas victoriosas:
la primera la libró contra los merkitas, en castigo por haber raptado a
Burte, su mujer, y el éxito se lo debió a la ayuda que le brindó la
tribu de los keraitos, un pueblo turcomongol que contaba con muchos
cristianos nestorianos y musulmanes. El jefe de los keraitos, Toghrul,
puso a su disposición una tropa numerosa para atacar a los merkitas, y
cuenta la «saga mongola» que, como resultado de la expedición punitoria,
trescientos hombres fueron pasados a cuchillo y las mujeres fueron
convertidas en esclavas.
Después de vencer a los
merkitas, el futuro Gengis Kan ya no se encontró solo: tribus enteras se
unieron a él. Su campamento crecía día a día y a su alrededor se
forjaban ambiciosos planes, como el de hacer la guerra a Tartugai. En
1188 logró reunir un ejército de 13.000 hombres para enfrentarse a los
30.000 guerreros de Tartugai, y los derrotó cómodamente, señalando así
el que sería su destino: luchar siempre contra enemigos muy superiores
en número y vencerlos. De resultas de esta victoria volvió a
establecerse nuevamente en los territorios de su familia, cerca del río
Onón, y todas las tribus que a la muerte de su padre le habían
abandonado volvieron a reunirse a su alrededor, reconociéndolo como
único jefe legítimo.
Rey de los mongoles
Corría
el año 1196, y entre los mongoles corrió la voz de que había llegado el
momento de elegir un nuevo rey de los mongoles entre los jefes de los
campamentos. Cuando el chamán declaró que el Eterno Cielo Azul había
destinado a Temujin para tal cargo nadie se opuso, y la elección del
nuevo kan, que entonces contaba con veintiocho años de edad, fue
celebrada con gran esplendor. Temujin se preocupó ante todo de
fortalecer su propia tribu, de constituir un verdadero ejército y
también de estar informado de cuanto acaecía en sus tribus vasallas.
Bajo
su mandato logró unificar a todas las tribus mongoles para ir a la
guerra contra los pueblos nómadas del sur, los tártaros, y les infligió
una severa derrota en 1202. En recompensa el emperador chino, enemigo
acérrimo de los tártaros, le concedió el título de Tschaochuri,
plenipotenciario entre los rebeldes de la frontera. Su alianza con el
kan de los keraitos, por otra parte, le daba cada vez mayor poder. Los
pueblos que no se le sometían eran derrotados en el campo de batalla y
empujados hacia la selva o los desiertos, y sus propiedades repartidas a
manos de los vencedores. Así la fama de los mongoles eclipsó la de
todas las demás tribus, expandiéndose hasta los confines de las estepas.
Gengis Kan encabezando sus tropas |
Pero
la ambición de su jefe llegaba más lejos: en 1203 se volvió contra sus
antiguos aliados, los keraitos: atacó a Toghrul por sorpresa con el
apoyo de las tribus del este y aniquiló al ejército que tantas veces le
había ayudado. Al año siguiente dirigió la lucha contra los naimanos,
turcos de Mongolia occidental que vivían en las montañas de Altai. Esta
vez el jefe mongol dio muestras de una magnanimidad poco habitual en él,
esforzándose por favorecer el cruce de ambos pueblos y conseguir que el
suyo asimilara la cultura superior de los vencidos. Pero no era ésta su
acostumbrada norma de conducta, ya que el jefe mongol reunía todas las
características del guerrero despiadado y cruel, afecto a las
ejecuciones colectivas y a la destrucción sistemática de los territorios
conquistados. Con los suyos, Temujin era también inexorable y
despiadado como la estepa y su terrible clima. Invariablemente mataba a
cuantos pretendían compartir con él el poder o simplemente le
desobedecían.
Tal fue el caso de Yamuga, su primo y
compañero de juegos en la infancia, con quien había compartido el lecho
en los días de adversidad y repartido fraternalmente los escasos
alimentos de que disponían. Disconforme con su papel de subordinado,
Yamuga le plantó cara y, tras diversas escaramuzas, se refugió en las
montañas seguido únicamente por cinco hombres. Un día, cansados de huir,
sus compañeros se arrojaron sobre él, le ataron sólidamente a su
caballo y le entregaron a Temujin. Cuando los dos primos se encontraron,
Yamuga reprochó a Temujin que tratara con aquellos cinco felones que
habían osado alzar la mano contra su señor. Reconociendo la justicia de
tales críticas, Temujin ordenó detener a los traidores y decapitarlos.
Seguidamente, sin inmutarse, dio orden de que estrangularan a su querido
primo.
Emperador universal
En
el 1206, Año de la Pantera, cuando ya todas las tribus de la Alta
Mongolia estaban bajo su dominio, Temujin se hizo nombrar Gran Kan, o
emperador de emperadores, con el hombre de Gengis. En el curso de una
importante asamblea de jefes, Temujin expuso su idea de que el interés
general exigía nombrar un kan supremo, capaz de reunir toda la
fuerza nómada y lanzarla a la conquista de ciudades fabulosas, de
llanuras salpicadas de prósperas casas de labranza y de puertos
riquísimos donde atracaban los navíos extranjeros. Ante la enumeración
de estas posibilidades, los mongoles se estremecieron de codicia. ¿Quién
podía ser ese caudillo de caudillos? El nombre de Temujin, que ya había
sido aclamado jefe de una importante confederación de tribus y era a la
vez respetado y temido, voló de boca en boca. Oponerse a su idea podía
ser peligroso, y apoyarla no era sino consagrar un estado de cosas y
quizás conseguir grandes botines.
A su lado, en la
ceremonia de coronación, estaban su esposa Burte y los cuatro hijos
varones que habla tenido con ella: Yuci, Yagatay, Ogodei y Tuli. Eran
los únicos de sus descendientes que podían heredar el titulo de Gran
Kan, privilegio que no alcanzaba a los que había tenido con sus otras
esposas (entre ellas, algunas princesas chinas y persas), ni tampoco a
los de su favorita, Chalan, la princesa merkita que solía acompañarlo en
sus campañas guerreras. Tras su coronación, se rodeó de una
insobornable guardia personal y comenzó a enseñar a sus antiguos
camaradas lo que él entendía por disciplina.
La proclamación de Gengis Kan |
Gengis Kan dedicó sus esfuerzos a poner orden en las
estepas, imponiendo una severa jerarquía en el mosaico de tribus y
territorios que se hallaban bajo su dominio. Reinó de acuerdo a las
leyes fijas del severo código mongol conocido con el nombre de Yasa, que
sirvió de base para las instituciones civiles y militares, y organizó
su reino de modo que sirviese exclusivamente para la guerra. Inculcó a
sus súbditos la idea de nación y les puso a trabajar en la producción de
alimentos y material bélico para su ejército, reduciendo sus
necesidades al mínimo exigido por la vida diaria con objeto de que todos
los esfuerzos y las riquezas sirviesen para sostener a los
combatientes.
Con ellas pudo crear un verdadero estado en armas, en el
que cada hombre, tanto en tiempos de paz como de guerra, estaba
movilizado desde los quince hasta los setenta años. También las mujeres
entraban en la organización con su trabajo, y para ello les concedió
derechos desconocidos en otros países orientales, como el de propiedad.
El fin de dicho andamiaje social y político estaba destinado a lograr el
eterno objetivo de los nómadas: apoderarse del imperio chino, detrás de
la Gran Muralla.
Antes de cumplir cuarenta y cuatro años, Gengis Kan tenía ya dispuesta su formidable máquina guerrera. No obstante, si en aquella época una flecha enemiga hubiera penetrado por una de las juntas de su armadura, la historia no habría recogido ni siquiera su nombre, pues las mayores proezas de su vida iban a tener lugar a partir de aquel momento.
Antes de cumplir cuarenta y cuatro años, Gengis Kan tenía ya dispuesta su formidable máquina guerrera. No obstante, si en aquella época una flecha enemiga hubiera penetrado por una de las juntas de su armadura, la historia no habría recogido ni siquiera su nombre, pues las mayores proezas de su vida iban a tener lugar a partir de aquel momento.
A los pies de la Gran Muralla
En
el año 1211 Gengis Kan reunió todas sus fuerzas. Convocó a los
guerreros que vivían desde el Altai hasta la montaña Chinggan para que
se presentaran en su campamento a orillas del río Kerulo. Al este de su
imperio estaba China, con su antiquísima civilización. Al oeste, el
Islam, o el conjunto de naciones que habían surgido tras la estela de Mahoma.
Más a occidente se extendía Rusia, que era entonces un conglomerado de
pequeños estados, y la Europa central. Gengis Kan decidió atacar primero
China. En 1211 atravesó el desierto de Gobi y cruzó la Gran Muralla. La
mayor conquista de los mongoles, la que los transformaría en un poder
mundial, estaba al caer. Aprovechando que el país se hallaba en guerra
civil, se dirigieron contra la China del norte, gobernada por la
dinastía de los Kin, en una serie de campañas que terminaron en 1215 con
la toma de Pekín.
Gengis Kan dejó en manos de su general Muqali la
dominación sistemática de este territorio, y al año siguiente regresó a
Mongolia para sofocar algunas rebeliones de tribus mongoles disidentes
que se hablan refugiado en los confines occidentales, junto a algunas
tribus turcas. Desde allí inició la conquista del gran imperio musulmán
del Karhezm, gobernado por el sultán Mohamed, que se extendía desde el
mar Caspio hasta la región de Bajará, y desde los Urales hasta la meseta
persa. En 1220 el sultán moría destronado a manos de los mongoles, que
invadieron entonces Azerbaidyán y penetraron en la Rusia meridional,
atravesaron el río Dniéper, bordearon el mar de Azov y llegaron hasta
Bulgaria, al mando de Subitai. Cuando ya todo el continente europeo
temblaba ante las hordas invasoras, éstas regresaron a Mongolia. Allí
Gengis Kan preparaba el último y definitivo ataque contra China.
Mientras tanto, otros ejércitos mongoles habían sometido Corea, arrasado
el Jurasán y penetrado en los territorios de Afganistán, Gazni, Harat y
Merv.
En poco más de diez años, el imperio mongol
había crecido hasta abarcar desde las orillas del Pacífico hasta el
mismo corazón de Europa, incluyendo casi todo el mundo conocido y más de
la mitad de los hombres que lo poblaban. Karakorum, la capital de
Mongolia, era el centro del mundo oriental, y los mongoles amenazaban
incluso con aniquilar las fuerzas del cristianismo. Gengis Kan no había
perdido jamás una batalla, a pesar de enfrentarse a naciones que
disponían de fuerzas muy superiores en número. Es probable que jamás
lograra poner a más de doscientos mil hombres en pie de guerra; sin
embargo, con estas huestes relativamente pequeñas, pulverizó imperios de
muchos millones de habitantes.
Un ejército invencible
¿Por
qué su ejército era indestructible? La materia prima de Gengis Kan eran
los jinetes y los caballos tártaros. Los primeros eran capaces de
permanecer sobre sus cabalgaduras un día y una noche enteros, dormían
sobre la nieve si era necesario y avanzaban con igual ímpetu tanto
cuando comían como cuando no probaban bocado. Los corceles podían pasar
hasta tres días sin beber y sabían encontrar alimento en los lugares más
inverosímiles. Además, Gengis Kan proveyó a sus soldados de una coraza
de cuero endurecido y barnizado y de dos arcos, uno para disparar desde
el caballo y otro más pesado, que lanzaba flechas de acero, para
combatir a corta distancia. Llevaban también una ración de cuajada seca,
cuerdas de repuesto para los arcos y cera y aguja para las reparaciones
de urgencia. Todo este equipo lo guardaban en una bolsa de cuero que
les servía, hinchándola, para atravesar los ríos.
La
táctica desplegada por Gengis Kan era siempre un modelo de precisión.
Colocaba a sus tropas en cinco órdenes, con las unidades separadas por
anchos espacios. Delante, las tropas de choque, formidablemente armadas
con sables, lanzas y mazas. A retaguardia, los arqueros montados. Éstos
avanzaban al galope por los espacios que quedaban entre las unidades más
adelantadas, disparando una lluvia de flechas. Cuando llegaban cerca
del enemigo desmontaban, empuñaban los arcos más pesados y soltaban una
granizada de dardos con punta de acero. Luego era el turno de las tropas
de asalto. Tras la legión romana y la falange macedónica, la caballería
tártara se erigió en ejemplo señero del arte militar.
Gengis Kan en el campo de batalla |
Pero
Gengis Kan supo también ganar más de una batalla sin enviar ni un solo
soldado al frente, valiéndose exclusivamente de la propaganda. Los
mercaderes de las caravanas formaban su quinta columna, pues por medio
de ellos contrataba los servicios de agentes en los territorios que
proyectaba invadir. Así llegaba a conocer al detalle la situación
política del país enemigo, se enteraba de cuáles eran las facciones
descontentas con los reyes y se las ingeniaba para provocar guerras
intestinas. También se servía de la propaganda para sembrar el terror,
recordando a sus enemigos los horrores que había desencadenado en las
naciones que habían osado enfrentársele. Someterse o perecer, rezaban
sus advertencias.
La práctica del terror era para él
un eficaz procedimiento político. Si una ciudad le oponía resistencia,
la arrasaba y daba muerte a todos sus habitantes. Al continuar la marcha
sus huestes, dejaba a un puñado de sus soldados y a unos cuantos
prisioneros ocultos entre las ruinas. Los soldados obligaban después a
los cautivos a recorrer las calles voceando la retirada del enemigo. Y
así, cuando los contados supervivientes de la degollina se aventuraban a
salir de sus escondites, hallaban la muerte. Por último, para evitar
que ninguno se fingiese muerto, se cortaban las cabezas. Hubo ciudades
en que sucumbieron medio millón de personas.
Un imperio en herencia
Tal
fue la extraordinaria máquina militar con que Gengis Kan conquistó el
mundo. En el invierno de 1227, las tropas mongoles, acompañadas por
todos los hijos y nietos de Gengis Kan, emprendieron la marcha hacia el
este, para invadir el reino tangut, en China. Cuando ya nada podía
salvar a las poblaciones del fuego y de la espada, el viejo Kan se
sintió próximo a su fin. Ninguna enfermedad se había manifestado en él,
pero su instinto certero para la muerte le advirtió de que estaba cerca,
y reunió a sus hijos para repartir los territorios de su vasto imperio:
para el mayor, Yuci, fueron las estepas del Aral y del Caspio; a
Yagatay le correspondió la región entre Samarcanda y Tufán; a Ogodei
le fue otorgada la región situada al este del lago Baikal; para el hijo
menor, Tuli, fueron los territorios primitivos, cerca del Onón.
Gengis Kan murió el 18 de agosto de 1227, antes de
lograr la rendición china. Su última orden fue no divulgar la noticia de
su muerte hasta que todas las guarniciones hubieran llegado a su
destino y todos los príncipes se encontraran en sus campamentos. Durante
cuarenta años había sido el centro del mundo asiático, al que había
transformado con sus guerras y conquistas. Las tribus mongoles eran
ahora un pueblo robusto y disciplinado, con generales y estrategas de
talento educados en su escuela. Tras su fallecimiento, el enorme rodillo
mongol siguió aplastando gentes y naciones. Sus sucesores dominaron
toda Asia, penetraron aún más en Europa y derrotaron a húngaros, polacos
y alemanes. Después, el imperio decayó hasta desaparecer. Los mongoles
son hoy un ramillete insignificante de tribus nómadas, y Karakorum yace
sepultada bajo las arenas movedizas del desierto de Gobi. Hasta el
nombre de la ciudad se ha borrado de la memoria de las gentes.
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