También llamado El
cura Hidalgo;
Patriota mexicano que inició la lucha por la independencia. Sacerdote culto y de avanzadas ideas que había
trabajado, desde su parroquia en la población de Dolores, por mejorar
las condiciones de vida de los feligreses, Miguel Hidalgo se integró
activamente en los círculos que cuestionaban el estatus colonial y
conspiraban para derrocar al virrey español
Cuando fue descubierta la
conjura en que participaba, su firme determinación y su llamamiento a
tomar las armas (el llamado Grito de Dolores, el 16 de septiembre de
1810) lo erigieron en líder de un alzamiento popular contra las
autoridades coloniales.
Minibiografía: Miguel Hidalgo y Costilla . 8/5/20
A punto estuvo el movimiento de alcanzar y tomar la
Ciudad de México; pero un error táctico, comprensible en quien no era
militar ni estratega, debilitó su posición y acabó con la derrota y
ejecución del cura y sus lugartenientes. Pese al fracaso, Miguel Hidalgo
puso en marcha el proceso que conduciría a la independencia de México
(1821), y su figura destaca singularmente en la medida en que no hubo en
su lucha un afán de poder o una defensa de los privilegios de las
élites criollas, sino un imperativo ético y un ideal de justicia social
al servicio de sus conciudadanos. Por todo ello es el más admirado de
los padres de la patria mexicana.
El cura ilustrado
Miguel Hidalgo nacio en San Diego Corralejo, Guanajuato el 8 de mayo de 1753. Perteneciente a una acomodada familia criolla,
era el segundo de los cuatro hijos de don Cristóbal Hidalgo y Costilla,
administrador de la hacienda de San Diego Corralejo, y de doña Ana María
Gallaga Mandarte. A los 12 años se trasladó a la ciudad mexicana de
Valladolid (actual Morelia), donde realizó sus estudios en el Colegio de
San Nicolás; marchó luego a la Ciudad de México para cursar estudios
superiores. En 1773 se graduó como bachiller en filosofía y teología, y
obtuvo por oposición una cátedra en el mismo Colegio de San Nicolás.
Durante los años siguientes realizó una
brillante carrera académica que culminaría en 1790, cuando fue nombrado
rector del Colegio de San Nicolás. En aquella misma institución tendría
como alumno a un joven despejado y voluntarioso, a un discípulo ejemplar
que lo sucedería no tanto en sus ensueños intelectuales como en sus
correrías políticas, y en particular en la epopeya de liberar a los
indígenas de la secular y despótica opresión de los colonizadores: José
María Morelos.
Miguel Hidalgo |
En 1778 había sido ordenado sacerdote; tras
recibir las órdenes sagradas, el cura Hidalgo ejerció en varias
parroquias. Ya entonces hablaba seis lenguas (español, francés,
italiano, tarasco, otomí y náhuatl) y a su biblioteca empezaban a llegar
las obras de autores franceses entonces considerados contrarios a la
religión y a la corona española. Se movió entre amigos y ambientes en
que se debatían con total libertad las ideas políticas de vanguardia, y
llegó a ser denunciado a la Inquisición por expresar conceptos
incompatibles con la religión, si bien no se le pudo formar juicio por
falta de pruebas.
A la muerte de su hermano Joaquín (en 1803),
Miguel Hidalgo lo sustituyó como cura de la población de Dolores, en el
estado de Guanajuato. Fue en Dolores donde, además de ejercer
generosamente su magisterio eclesiástico, emprendió tareas de gran
reformador y de prócer ilustrado, llevando a la práctica sus ideas entre
sus feligreses (en su mayoría indígenas), en un intento de mejorar sus
condiciones de vida. Así, el cura se ocupó de ampliar el cultivo de
viñas, de plantar moreras para la cría de gusanos de seda y de fomentar
la apicultura. Promovió asimismo los hornos de ladrillos y una fábrica
de loza, y animó a la construcción de tinas para curtidores y otros
talleres artesanos muy útiles para la prosperidad de la población, lo
que le valió el apoyo incondicional de los parroquianos.
El Grito de Dolores
En 1808, con la invasión de España por las tropas napoleónicas y la consiguiente deposición del monarca español Carlos IV
y de su hijo Fernando VII, se inició una etapa convulsa tanto en España
como en América. Surgieron entonces numerosos grupos de intelectuales
que discutían en torno a la soberanía y las formas de gobierno de las
colonias.
Desde 1808 Miguel Domínguez, el corregidor de
Querétaro, había promovido la formación de un congreso americano y era
partidario de una gobernación autónoma. En 1810 se reunían en torno a él
varias personas que conspiraban contra la autoridad virreinal con el
pretexto de una tertulia literaria. En las reuniones de Querétaro
participaban criollos importantes, entre los que se contaban el propio
corregidor y su esposa, Josefa Ortiz de Domínguez; Ignacio Allende, un oficial y pequeño terrateniente; y Juan Aldama, también oficial. Miguel Hidalgo llegó a Querétaro invitado por Allende a principios de septiembre de 1810.
El objetivo de los conspiradores de Querétaro no
era la independencia total, al menos al principio. La idea era derrocar
al recién nombrado virrey español, Francisco Javier Venegas, y reunir
un congreso para gobernar el Virreinato de Nueva España en nombre del
rey Fernando VII (que en ese momento se encontraba preso de Napoleón).
Los conjurados planeaban levantarse en armas contra el virrey Venegas
el primero de octubre de 1810, pero fueron descubiertos a mediados de
septiembre. Hidalgo y algunos otros conspiradores lograron ponerse a
salvo gracias al aviso de Josefa Ortiz de Domínguez y se trasladaron a
Dolores.
Miguel Hidalgo |
Desbaratados, pues, los planes de los
conjurados, sólo cabía esconderse o adelantar el levantamiento, y
Miguel Hidalgo optó por lo último. La noche del 15 de septiembre, el
cura pidió la ayuda de los parroquianos de Dolores, liberó a los presos
políticos de la cárcel y tomó luego las armas de la guarnición local. A
la mañana siguiente convocó una misa a la que asistieron numerosos
partidarios de las cercanías, y en ella hizo un llamamiento a alzarse en
armas contra las autoridades coloniales; tal proclama es conocida como
el Grito de Dolores.
El proceder de Hidalgo dio al movimiento un
giro radical. Ya no era el golpe de mano de una élite que trataba de
establecer un gobierno criollo y esperar el regreso de Fernando VII a
España: se había convertido en la primera revuelta popular de la América
española, y en ella estalló la rabia de los oprimidos. El llamado de
Hidalgo fue atendido por centenares de campesinos de los lugares
cercanos y, a medida que avanzaban, se les iban uniendo peones e indios
de las comunidades. Éstos veían en la revuelta la posibilidad de mejorar
su mísera situación, provocada por las malas cosechas y el alza de
precios.
Victorias vertiginosas
Los sublevados se dirigieron a San Miguel el
Grande, y el 16 de septiembre de 1810, en el santuario de Atotonilco,
Miguel Hidalgo enarboló, como enseña de su ejército, un estandarte con
la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de México, en el que
se podía leer: "Viva la religión. Viva nuestra madre Santísima de
Guadalupe. Viva Fernando VII. Viva la América y muera el mal gobierno".
En San Miguel el Grande se les unió el regimiento de la reina, que
comandaba Ignacio Allende,
y una gran cantidad de artesanos, obrajeros y campesinos. Junto con
Allende, consiguió reunir un ejército formado por más de 40.000 hombres.
Las vicisitudes de las semanas siguientes pueden
ser calificadas de vertiginosas. El 21 de septiembre, con un numeroso,
indisciplinado y turbulento batallón, Miguel Hidalgo ocupó la ciudad de
Celaya, donde se repartieron los grados entre los líderes de la
insurrección: el honor de ser teniente general recayó en Ignacio
Allende; el sacerdote Miguel Hidalgo fue proclamado sin discusión
capitán general. El ejército libertador prosiguió su avance y tomó
seguidamente las ciudades de Salamanca, Irapuato y Silao.
Miguel Hidalgo en una pintura mural de Juan O'Gorman |
El siguiente punto del recorrido fue la rica
ciudad de Guanajuato (28 de septiembre), en la que continuaron uniéndose
al movimiento trabajadores, campesinos, indígenas y la plebe en
general; todos se sentían atraídos, como por un imán. Pero la toma de la
ciudad estuvo marcada por la violencia. El intendente Riaño no contaba
con medios suficientes para defenderla, y decidió refugiarse con la
gente adinerada en la alhóndiga de Granaditas. El asalto de la alhóndiga
fue de una violencia extrema y gran parte de los que ahí se refugiaron
fueron asesinados. Aunque hay varias versiones, todas coinciden en que
se cometieron muchos crímenes y atropellos, incluso después de haber
ocupado el edificio. Este episodio ocasionó que algunos criollos
retiraran su apoyo al movimiento.
Mientras tanto, las autoridades eclesiásticas
condenaron con energía a los insurrectos, en especial a su más visible
cabecilla, a quien acusaron de embaucador, hereje y enemigo de la
propiedad privada, cargos por los que fue excomulgado. De hecho, Hidalgo
había afirmado para entonces que debían devolverse las tierras a los
indígenas, ganándose con ello su adhesión, pero lo que todavía no había
defendido (y la actitud de los obispos no hizo sino acelerar su
decisión) era la necesidad de alcanzar la total independencia del país.
Establecer tal objetivo fue la profética
respuesta que recibieron sus enemigos, y cuando dos meses después
formase en Guadalajara un gobierno provisional, su desafío llegaría
hasta el punto de decretar que debía entregarse a los naturales la
tierra de cultivo, así como el disfrute en exclusiva de las tierras
comunales. Por otra parte, la aristocracia criolla, temerosa de perder
las prebendas que le otorgaba el régimen latifundista, tampoco acogería
de buen grado que aquel gobierno provisional aboliese la esclavitud y
los tributos con que se gravaba a indios y a mestizos, ni tampoco el
ulterior decreto que amenazaba con la confiscación de los bienes de los
europeos, de modo que se unió a las fuerzas del virrey y de las
jerarquías eclesiásticas.
Miguel Hidalgo |
Pero tal pérdida de apoyos no se reflejaría, por
el momento, en los campos de batalla, en los que Hidalgo continuó
cosechando victorias hasta que, quizá por un exceso de grandeza ética,
cometió un fatal error estratégico. El 17 de octubre de 1810 Hidalgo
tomó Valladolid con siete mil hombres de caballería y doscientos
cuarenta infantes, todos ellos mal armados, y el 25 de octubre ocupó
Toluca. Ese mismo mes se unió a Hidalgo su viejo acólito y eximio
sucesor, José María Morelos, que fue inmediatamente comisionado para
llevar la insurrección al sur del país.
Cuando ya el siguiente objetivo era la Ciudad de
México, Hidalgo obtuvo una importantísima victoria sobre Torcuato
Trujillo, enviado por el virrey Francisco Javier Venegas
para interceptar a los rebeldes. El encuentro tuvo lugar en el Monte de
las Cruces el 30 de octubre de 1810: las tropas de Trujillo fueron
derrotadas y, después de la sangrienta batalla, el ejército realista
huyó a la capital mexicana, posiblemente a esperar el asalto final.
Un error fatal
Piadoso en el digno ejercicio de su cargo
sacerdotal, admirable por sus reformas en la industria, brillante como
legislador progresista, osado en la batalla y dispuesto a prestar su
brazo a la causa más noble y arriesgada de su tiempo, el cura Hidalgo
fue, por desgracia, un torpe general. Posiblemente se vio excesivamente
abrumado por el dolor que veía entre sus inexpertas tropas, y puede que
estuviese poco dispuesto a intercambiar sacrificios, acaso estériles,
por cruentas victorias.
Lo cierto es que, después de la victoria del
Monte de las Cruces, Ignacio Allende recomendó que se atacase la
capital, pero el cura Hidalgo, desoyendo el excelente consejo compartido
por los restantes jefes militares, no quiso avanzar hacia la ciudad de
México. Con la carga a sus espaldas de lo ocurrido en Guanajuato, y para
evitar que sus propias tropas saquearan la capital, o bien ante la
amenaza de un ataque por parte del mariscal Félix María Calleja, ordenó la retirada.
Tal equivocación marcó el principio del fin.
Pocos días después, el 7 de noviembre, Félix Calleja lo derrotó en la
batalla de Aculco; Hidalgo regresó a Valladolid y de allí partió a
Guadalajara. Ya en Guadalajara (22 de noviembre), Miguel Hidalgo expidió
una declaración de independencia y formó un gobierno provisional;
decretó además la abolición de la esclavitud, la supresión de los
tributos pagados por los indígenas a la Corona y la restitución de las
tierras usurpadas por las haciendas. Pero tales y tan excelentes
decretos administrativos y tributarios eran papel mojado sin el auxilio
de la fuerza. A finales de año había perdido ya Guanajuato y Valladolid.
El 17 de enero de 1811, las tropas de Hidalgo fueron derrotadas en la batalla de Puente de Calderón por un contingente de soldados realistas al mando de Calleja. Depuesto del mando por sus compañeros de lucha, Hidalgo partió hacia Aguascalientes y Zacatecas, con la intención de llegar a Estados Unidos para buscar apoyos a su causa, pero fue traicionado por Ignacio Elizondo y capturado en las Norias de Acatita de Baján el 21 de mayo de 1811. En Chihuahua, después de ser sometido a un doble proceso eclesiástico y civil, Hidalgo fue expulsado del sacerdocio y condenado a muerte.
Muerte de Hidalgo 30/7/19
El fusilamiento tuvo lugar en la mañana del 30
de julio de 1811 en Chihuahua, Las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y otros
insurgentes se exhibieron como escarmiento colocadas en jaulas en la
alhóndiga de Granaditas de Guanajuato. Ahí permanecieron durante varios
años. No obstante, aún le quedaban energías y caudillos a la revolución,
avivada aún más por el ejemplo del cura Hidalgo, cuya entereza,
mantenida hasta el último momento, ganó la admiración incluso del
pelotón de sus ejecutores.
Padre de la patria
El gobierno virreinal estaba convencido de que
con la muerte de los caudillos, fusilados en Chihuahua, acabaría el
movimiento insurgente, pero no fue así. Ignacio López Rayón,
lugarteniente de Hidalgo, le sucedió al frente del levantamiento y
retomó la lucha desde su refugio en Saltillo, al tiempo que se iniciaban
las campañas de aquel antiguo discípulo de Hidalgo, José María Morelos, a quien el cura había encargado la formación de un ejército en el sur del país.
Con la ejecución de Morelos en 1815, la rebelión
pareció definitivamente aplastada, pero el ideario del cura de Dolores
había calado en amplias capas de la sociedad mexicana, y el proceso
iniciado ya no tenía marcha atrás. Seis años después, en 1821, las
semillas fructificaron: al frente de su Ejército Trigarante, que
sustentaba las tres garantías del Plan de Iguala, Agustín de Iturbide pasó a dominar todo el país y México logró su independencia de España.
Tras el establecimiento en 1823 de la República
Mexicana, Miguel Hidalgo fue reconocido como padre de la patria. El
estado de Hidalgo lleva su nombre y la ciudad de Dolores pasó a llamarse
Dolores Hidalgo en su honor. El 16 de septiembre, día en que proclamó
el alzamiento, se celebra en México el Día de la Independencia. Sus
restos reposan en la Columna de la Independencia, en la ciudad de
México.
Gracias por dar a conocer estas historias.
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