la reina ilustrada. Puede ser considerada como una de las mujeres más
importantes del siglo XVII, no solo por su papel como Soberana de su nación por un periodo de más de veinte años,
que terminó de forma abrupta con su abdicación, sino también por su
compleja personalidad y su vastísima cultura. De hecho, el desarrollo de
las artes en Europa debe mucho del papel desempeñado por la reina
sueca, una vez que fue una incansable mecenas de intelectuales de todo el continente. Admirada aún hoy en día por sus compatriotas, la biografía de la reina Cristina de Suecia ocupa estas líneas
.
Nace la futura Soberana sueca el 18 de
diciembre de 1626 en el Castillo Real de las Tres Coronas en Estocolmo.
Era hija del rey Gustavo Adolfo II (1594-1632) y de María Eleonora de
Brandenburgo (1599-1655). El Rey había engendrado con anterioridad dos
hijas, una nacida muerta y otra fallecida al año de vida, por lo que las
expectativas en torno al tercer embarazo de la Reina habían sido muy
grandes dentro de la Corte, que esperaba con ansías un heredero varón
para el trono sueco. El nacimiento de una tercera niña fue recibido por
tanto con decepción, no solo por la clase dirigente, sino incluso
también por la madre de la criatura, quien, desencantada, nunca mostró el más mínimo afecto por su hija Cristina.
Por el contrario, la reacción de su padre sería mucho más positiva,
convirtiéndose desde un primer momento en la niña de sus ojos. Algunas
crónicas relatan que la joven princesa acompañaba a su padre en sus
viajes siendo aún apenas un bebé y que la pequeña disfrutaba especialmente con el sonido de los cañones.
Sea como fuere, el Rey estaba convencido de la validez de su hija para
sucederle en el trono por lo que a la edad de cuatro años no dudó en
presentarla oficialmente como su Heredera, un gesto que fue recibido con
no poca sorpresa en varias cortes europeas, acostumbradas a la llamada
Ley Sálica, que obstaculizaba el acceso de las mujeres a la jefatura del
estado.
Cristina I de Suecia, la reina más culta de Europa . 199/4/20
Sin embargo la feliz infancia de la precoz Princesa se truncaría con la muerte de su padre,
el Rey, en la Batalla de Lützen, uno de los episodios más conocidos de
la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), acontecido en 1632. La
princesa Cristina se convierte el 17 de noviembre de 1832, con cinco años, en Reina de Suecia
–si bien se nombró como regente hasta su mayoría de edad a Carl
Gyllenhielm (1574-1650), hijo ilegítimo del rey Carlos IX (1550-1611) y
como mano derecha de la pequeña a su tía, Catalina Vasa (1584-1638), una
vez que la madre de la ya Reina había enloquecido tras la muerte de su
marido.
La ya reina Cristina comienza entonces a recibir una educación propia de un príncipe heredero, supervisada
por el teólogo Johannes Matthiae Gothus (1592-1670). La Soberana
comenzaría así a convertirse en una de las mujeres más cultivadas del
continente europeo, una vez que durante su formación no solo recibió
instrucción militar –era una espadachín de primer orden-, sino que además fue iniciada en las más diversas escuelas filosóficas y artísticas,
convirtiéndola en una erudita sin parangón. Los cronistas subrayan como
la futura reina pasaba doce horas al día estudiando y como en un tiempo
récord logró dominar varios idiomas, como el alemán, el francés, el
español, el italiano y el latín.
En
1644 la Reina llega a su mayoría de edad por lo que es coronada de
forma oficial como tal –aunque la ceremonia tardaría en celebrarse
cuatro años a causa de la guerra que enfrentó a Suecia con Dinamarca-.
Al cumplir los dieciocho años la Reina demuestra por primera vez su
independencia y su carácter, al dejar constancia de sus diferencias
políticas con el político más influyente de aquellos momentos, Axel
Oxenstierna, Alto Canciller y Conde de Södermöre (1583-1654). A
diferencia de éste, la Reina era una clara partidaria de una
solución inmediata y pacífica para la participación de Suecia en la
Guerra de los Treinta Años. La tensión entre el Canciller y la
Reina fue notable, si bien se salvó con la victoria de la segunda, dando
así la Reina un golpe de autoridad.
Sin embargo, si algo interesaba a la Reina
no eran las intrigas palaciegas o los menesteres de la política, sino
la cultura. Durante su reinado, la Soberana invitó a innumerables
intelectuales de toda Europa a visitar la corte sueca y contribuir al
desarrollo cultural del país escandinavo. Conocida es además su obsesión por acaparar libros, que leía de forma voraz. En 1650, la Reina invita al filósofo René Descartes (1596-1650) a Estocolmo y se reúne con él todos los días para
discutir las más variopintas cuestiones metafísicas. Algunas fuentes
incluso apuntan a que la muerte del pensador galo en la capital sueca se
debió al agotamiento de los encuentros diarios y a horas intempestivas
con la Reina.
Otra gran pasión de la Soberana sueca es
el teatro, no solo como espectadora –a Suecia viajaron las mejores
compañías de la época desde Italia o los Países Bajos- sino también como
actriz, siendo protagonista de varios dramas escritos por Georg Stiernhielm (1598-1672), que se representaban con todo lujo en los salones del palacio real.
Quizás el contacto tan intenso con las más
diversas manifestaciones culturales llevó a la Reina a cuestionarse sus
principios más íntimos. Así, durante esta época –así lo demuestra su
correspondencia con el jesuita italiano Paolo Casati (1617-1707)- la
Soberana comenzaría a dudar de la validez del protestantismo, el culto
oficial de su país, y a comenzar a sentir una evidente simpatía por el
catolicismo. Unido a esta progresiva conversión religiosa –la Reina
admiraba especialmente de la doctrina católica el celibato-, la Soberana comenzó a defender su derecho a no contraer matrimonio,
institución que le desagradaba profundamente, tal y como ella subraya
en su autobiografía en la que también afirma que su obsesión por el
estudio no le dejaba tiempo para cuidarse o ser coqueta. De hecho la
Reina sería conocida por llevar casi siempre ropas de hombre, mucho menos complicadas de vestir y de mantener que las ropas femeninas de la época.
Pese a que los historiadores actuales
apuntan a la posibilidad de que la Reina hubiera mantenido algún romance
tanto con hombres como con mujeres –el gran amor de la Soberana habría
sido la noble Ebba Sparre (1629-1662)-, la Reina anuncia el 26 de
febrero de 1649 que ha tomado la decisión de mantenerse soltera y de nombrar como sucesor al trono a su primo Carlos
–el futuro Carlos Gustavo X (1622-1660)-. Poco después la Reina sufre
una grave crisis nerviosa. Todo apunta a que su ritmo de vida –la Reina
apenas duerme, combinando sus tareas de gobierno con sus estudios-. Pese
a que se le recomienda descanso, la Soberana continúa con su frenético
ritmo hasta que el 6 de junio de 1654 anuncia que ha decidido abdicar. Aún
hoy en día los historiadores se preguntan cuál fue la razón que llevó a
la reina Cristina a abandonar el trono. La versión más fiable es la que
apunta a que la corona era un obstáculo insalvable para su conversión
al catolicismo.
Una vez que su primo Carlos Gustavo fue
investido como Soberano, la Reina decide abandonar Suecia e instalarse
en Amberes, donde disfruta de la vida cultural de la urbe flamenca. En
diciembre de 1654 la antigua Soberana sueca se convierte discretamente
al catolicismo en Bruselas. Tras ello, se dirige a Italia donde es
recibida con todos los honores por el Papa Alejandro VII (1599-1667). La
Reina se instala en el Palazzo Farnese, donde celebra casi todos los
días veladas literarias, conciertos y representaciones teatrales. La
Soberana disfruta de la libertad con innumerables amistades con los que
departe hasta altas horas de la madrugada.
Las ambiciones políticas de la Reina no desaparecen por completo. En 1657 la Reina pretende convertirse en Reina de Nápoles
en contra del mandato de España; en 1567 baraja asimismo convertirse en
Reina de Polonia. Fracasa en ambas empresas y regresa a Roma, donde
continúa con su vida dedicada a la cultura y al ocio. Durante este
periodo la Reina escribe una autobiografía que nos ha llegado inconclusa.
En febrero de 1689 mientras visita los templos de Campania, la Soberana
sueca cae gravemente enferma. Poco después contrae una neumonía que
resulta fatal. Cristina de Suecia fallece el 19 de abril de 1689. Sus
restos mortales descansan en la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
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