Filósofo griego, apodado el Oscuro por el carácter enigmático que revistió a menudo su estilo, nació en Éfeso, hoy desaparecida, actual Turquía, h. 540 a.C. Desde sus orígenes y a lo largo del periodo cosmológico, anterior al periodo antropológico que iniciaría Sócrates, el pensamiento griego se orientó hacia la búsqueda de un principio constitutivo (arché o arjé) común a la pluralidad de seres de la naturaleza. Así, en la escuela milesia se tendió a ver tal principio en una sustancia material (el agua en Tales de Mileto, el aire en Anaxímenes); en la de Pitágoras, en un principio formal (el número o ley numérica).
Pero a caballo entre los siglos V y V a.C., las escuelas de Elea y de Éfeso trataron la cuestión desde una perspectiva más amplia al plantear concepciones sobre la totalidad de lo existente que resultaron antagónicas. Para Parménides de Elea, el ser o lo existente es uno e inmutable; para Heráclito de Éfeso, en cambio, la realidad es puro cambio e incesante devenir («No te bañarás dos veces en el mismo río»). En esta antinomia clásica de la filosofía griega, que se revelaría extremadamente fructífera, se ha visto el origen tanto de la metafísica como de la dialéctica.
Biografía
Muy poco se sabe de la biografía de Heráclito de Éfeso, apodado el Oscuro por el carácter enigmático que revistió a menudo su estilo, como testimonia un buen número de los fragmentos conservados de sus enseñanzas. El desprecio de Heráclito por el común de los mortales concordaría con sus orígenes, pues parece cierto que procedía de una antigua familia aristocrática, así como que sus ideas políticas fueron contrarias a la democracia de corte ateniense y formó, quizá, parte del reducido grupo, integrado por nobles principalmente, que simpatizaba con el rey persa Darío I el Grande, a cuyos dominios pertenecía Éfeso por entonces, contra la voluntad de la mayoría de sus ciudadanos.
Heráclito de Éfeso
A estos últimos, en cualquier caso, no debió de apreciarlos en demasía, y Heráclito los colmó de improperios cuando expulsaron de la ciudad a su amigo Hermodoro. Sea como fuere, la oscuridad de Heráclito ha quedado caricaturizada en la leyenda acerca de su muerte: enfermo de hidropesía, preguntaba enigmáticamente a los médicos si podrían de la lluvia hacer sequía; como ellos no lo entendiesen, se enterró en estiércol en la suposición de que el calor de éste absorbería las humedades, con el resultado de que aceleró el fatal desenlace. De creer a Diógenes Laercio, la causa de la afección habría sido su retiro en el monte, donde se alimentaba de hierbas, movido por su misantropía.
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Las enseñanzas de Heráclito, según Diógenes Laercio, quedaron recogidas en una obra titulada De la naturaleza, que trataba del universo, la política y la teología (aunque probablemente esta subdivisión la introdujera una compilación alejandrina de los textos de Heráclito), pero lo que ha llegado hasta nosotros de su doctrina se encuentra en forma fragmentaria y sus fuentes son citas, referencias y comentarios de otros autores.
Algunos de estos fragmentos presentan, sin embargo, la apariencia de aforismos completos, lo cual apoya la idea de que su estilo de pensamiento fue oracular. Ello ha dado pie, incluso, a formular la hipótesis de que Heráclito no escribió, en realidad, ningún texto, sino que sus enseñanzas fueron exclusivamente orales, y que fueron sus discípulos los encargados de reunir lo esencial de ellas en forma de sentencias. Todo ello dificulta (e incluso imposibilita en aspectos concretos) la interpretación de su pensamiento.
La filosofía de Heráclito
A tenor de lo que se desprende de los diversos fragmentos, Heráclito explicó la práctica totalidad de los fenómenos naturales atribuyendo al fuego el papel de constituyente común a todas las cosas y causa de todos los cambios que se producen en la naturaleza. La cosas nacen del fuego por la vía descendente (fuego, aire, agua, tierra) y vuelven a él por la ascendente (tierra, agua, aire, fuego). La importancia que concedió a la afirmación de que todo está expuesto a un cambio y un flujo incesantes («Todo fluye y nada permanece») seguramente fue exagerada por Platón, quien contribuyó de manera decisiva a forjar la imagen del filósofo efesio.
Frente a la armonía del cosmos pitagórico y la inmutabilidad del ser de Parménides, Heráclito concibió un universo en perpetuo devenir. El motor de esa eterna mutabilidad es la oposición de los contrarios; tal oposición es causa del devenir de las cosas y, al mismo tiempo, su ley y principio; pero los contrarios se ven conducidos a síntesis armónicas por el logos, proporción o medida común a todo, principio normativo del universo y del hombre que, en varios aspectos, resulta coextensivo con el elemento cósmico primordial, el fuego, por lo que algunas interpretaciones los identifican.
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Cada par de opuestos es una pluralidad y, a la vez, una unidad que depende de la reacción equilibrada entre ambos. La salud y la enfermedad, la saciedad y el hambre, el día y la noche, la vida y la muerte o el bien y el mal son interdependientes y solidarios, no existirían de no existir su contrario; el equilibrio del universo se mantiene merced a la interacción sin fin entre los opuestos, que da lugar a cambios que se compensan recíprocamente, garantía de que el cambio en una dirección acabará por conducir a otro cambio en la dirección contraria, evitando una preponderancia caótica y manteniendo la estabilidad total del cosmos.
En este sentido, el logos puede interpretarse como una lógica o ley armónica interna que revela la coherencia subyacente en las cosas y el equilibrio del cosmos; una lógica íntima que los hombres deben tratar de comprender, ya que la sabiduría consiste en entender cómo se conduce el mundo, y ese entendimiento ha de ser la base de la moderación y el autoconocimiento, que Heráclito postuló como ideales éticos del hombre.
Después de Parménides y Heráclito (fallecidos ambos hacia el 470 a.C.), diversos pensadores trataron de llegar a una síntesis ecléctica. Así, los pluralistas como Empédocles transfirieron la inmutabilidad del ser de Parménides a los «cuatro elementos»; Anaxágoras, a las homeomerías; y los atomistas como Leucipo y Demócrito, al átomo; pero en todos ellos estará también presente, de algún modo, el perpetuo devenir de Heráclito en las fuerzas que incesantemente combinan y gobiernan tales elementos. Ya en tiempos modernos, el genial Hegel reconoció haberse inspirado en el pensamiento de Heráclito, cuya obra comentó admirablemente.
Heraclito falleció en Efeso h. 470 a.C.
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